1-8. El hombre del hábito

985 d.C. Aros, Reino de Dinamarca. Un año antes de los sucesos de la historia principal.

El hombre del hábito frente al príncipe Sweyn - Novela Elyon

—No hay peor situación para un reino que su rey sea débil e inepto—

—Desde la llegada al trono del rey Harald Bluetooth al trono de Dinamarca, se ha enfocado en sus campañas extranjeras; las cuales siempre ha perdido una y otra vez. Su única victoria, en Noruega, terminó siendo una pérdida, al ser obligado a renunciar a dichos territorios por el Römisches Reich[1] en el sur —

—Y hablando del Römisches Reich[2], después de que su emperador, Otto I[3], lo derrotase humillantemente, una de sus condiciones de victoria fue la cristianización de Dinamarca. El rey Harald, intentando desviar la atención de su derrota, mintió a su pueblo diciendo que había sido un santo profeta que lo había bautizado y convertido en la religión del carpintero mágico. Esto ha traído como consigo la actual persecución hacia las religiones ancestrales del pueblo de Dinamarca—

—Entonces, si además de vivir en suma pobreza, golpeados por los gastos inútiles del rey en sus aventuras militares contra Suecia y Noruega, en busca de ‘propagar’ el cristianismo; también su pueblo sufre persecuciones y la destrucción de lugares sagrados. Familias son asesinadas solo por tener un simple árbol yule en su casa. ¡Nuestro señor Odín estuvo ahorcado por nueve días en las ramas del árbol Yggdrasil[4], y que su pueblo no pueda honrar su sacrificio es un acto de blasfemia!—

Estas palabras fueron dichas por un hombre encapuchado con un hábito grisáceo, quien se encontraba postrado ante un hombre rubio sentado en un trono rústico de madera.

—Es por eso, príncipe Sweyn, que he sido asignado por la sabiduría de nuestro señor Odín y la luz de nuestro señor Freyr[5], para brindarle el poder necesario para detener a su padre— continuó diciendo el hombre en el hábito.

El príncipe Sweyn era el hijo de Harald y heredero al trono del reino de Dinamarca. Su sala era amplia, aunque bastante rústica y hecha de madera. Él tenía tallado un dibujo del árbol Yggdrasil detrás de su trono como desafío claro contra las prácticas cristianas de su padre. La sala estaba tapizada de una exquisita alfombra roja y era iluminada gracias a un conjunto de antorchas.

Junto al príncipe, dos soldados se encontraban en posición de guardia. Estos poseían cascos plateados que cubrían incluso sus ojos; además, largas capas marrón con cotas de mallas plateadas y botas felpudas. Tenían guardadas sus espadas, las cuales poseían adornos dorados en sus empuñaduras.

Por su parte, el príncipe era rubio y joven, con una ligera barba en su rostro y unos hermosos ojos púrpura. Tenía un manto carmesí y una ropa color marrón. En su cuello, colgaba un medallón con el símbolo de Mjolnir, el martillo de Thor, el cual servía para la buena suerte y ahuyentar espíritus malignos.

El joven se encontraba sentado de manera desafiante y aburrido en su trono. En su cabeza comenzaba a circular la idea de rebelarse contra su padre y hacerse del poder, ya que él era el comandante del ejército de vikingos más poderosos, los Jomsvikingos. Sin embargo, había encontrado a este hombre en las calles de la ciudad de Aros hablando del final de los tiempos o Ragnarok, y se había interesado en sus profecías. ¿Era acaso realmente un enviado por Odín y Freyr cómo él decía?

El príncipe posó sus hermosos ojos violetas en el hombre que se inclinaba ante él, mientras que los guardias que estaban a su lado se mostraban nerviosos ante las palabras de desafío de tal desconocido ante el rey.

—¿Sabes que puedo despellejarte vivo por desafiar al reino de mi padre por tales injurias?— contestó el príncipe mientras un ayudante servía un poco de vino en su cáliz dorado.

—Porque he visto dentro de su corazón— respondió el hombre misterioso.

—Usted es un valiente guerrero y el comandante supremo de los Jomsvikingos, orden creada desde un inicio por nuestro señor Odín. Dentro de su corazón, su amor y devoción a los dioses en Asgard es verdadero y puro— concluyó el hombre.

Los guardias, que estaban en posición preparados para usar sus espadas contra el extraño, fueron entonces despedidos por el príncipe.

—Déjenme hablar con este hombre a solas— dijo mientras movía su mano izquierda señalándoles que se fueran, tanto ellos como los sirvientes.

Los guardias y los sirvientes hicieron una reverencia y salieron del cuarto del trono del príncipe.

—Y si así fuera, ¿Por qué debería creerte? ¿Qué pruebas tienes de haber sido bendecido por nuestro señor Odín y nuestro señor Freyr?— preguntó el príncipe.

—Mi señor Sweyn— dijo el hombre del hábito, —uno de sus guardias es un cristiano devoto y está en estos momentos planeando contar esto a su padre; pero he detenido su corazón. Si lo examina, verá que posee un crucifijo con el carpintero desnudo que esa escoria adora—

En eso, se oyeron gritos afuera. El príncipe se levantó mientras tiraba su copa de vino al suelo y corrió a la puerta. Al abrirla, uno de sus guardias se encontraba tirado en el suelo, mientras que los otros soldados lo examinaban y los sirvientes gritaban presas del terror.

El príncipe gritó: —¡Rápido!, ¡Déjenme ver al hombre!— 

Los hombres y mujeres se hicieron a un lado y el príncipe revisó al soldado. En efecto, había muerto. Debajo de su cota de malla había un crucifijo tal como el hombre misterioso había dicho.

—Está muerto— dijo el príncipe bruscamente. —Llévenlo a la enfermería para revisar la causa de su muerte inmediatamente—

—¡Sí, señor!— los guardias respondieron y se llevaron el cuerpo.

El príncipe ordenó a los demás que regresaran a sus labores y que no se le interrumpiera. Regresó a su cuarto y cerró las puertas. El hombre seguía con una rodilla en el suelo esperándolo.

—¿Ahora puede ver la magnitud de mis poderes, mi señor?— comentó el hombre.

—¿Cómo puedo confiar que no me harás lo mismo?— preguntó el príncipe que tenía un semblante de preocupación.

—Soy un sirviente del gran señor Odín, como le comenté— dijo el hombre misterioso. —Jamás haría algo que fuera en contra de mi amo—

—De acuerdo, quiero verte de nuevo, pero no aquí— dijo el príncipe. —Tengo un lugar para eso. Hay una choza a las afueras de las murallas de Aros, cerca del gran bosque de cedros al este. Ve allá mañana al anochecer—

—Sí, mi señor— dijo el hombre misterioso mientras se levantaba. Hizo, entonces, una reverencia y se retiró.

Al irse, Sweyn se sentó de nuevo en su trono y sonrió con una mueca malévola.

—Pronto seré rey de Dinamarca— pensó.

A la noche siguiente, el príncipe Sweyn llegó a dicho lugar de reunión encapuchado con un manto café para que no fuera reconocido por nadie; fingiendo ser un simple mercader en el pueblo.

El hombre del hábito lo estaba esperando, pero junto de él, había otro que era muy alto, demasiado alto para ser considerado humano. Sweyn jamás había visto a alguien de tal tamaño.

—¿Serían dos metros o incluso más?— se preguntaba con una mirada de terror mientras veía a dicho hombre.

—No tiene nada que temer, mi señor. Tal como le indiqué, soy un sirviente del gran Odín, y este hombre es un jotun — dijo el hombre encapuchado.

—¿Un jotun?  ¿Un… uno de esos gigantes que viven en los otros mundos del árbol Yggdrasil? ¿Es en serio?— preguntó nervioso el príncipe.

—Su mera existencia en este lugar, la tierra de Midgard, la tierra de los seres humanos, es una prueba de mis palabras y de que cuento con el favor de los dioses— contestó tranquilamente el hombre del hábito.

—De… de acuerdo, te creo— contestó Sweyn mientras se acercaba a la choza y abría la puerta tratando de evitar ver directamente al hombre, ya que temía por su vida.

El profeta y el gigante entraron a la choza también. El denominado jotun tuvo que agacharse lo suficiente para poder entrar por la puerta; la cual no pudo evitar romper el dintel de ésta un poco.

Dentro de la choza, todo se encontraba en oscuridad y desorden. El olor a humedad y moho era bastante fuerte, y se podían escuchar ratones chillar por toda la casa. Había una mesa y algunas sillas que a duras penas se podían ver con la luz de la luna. El príncipe no había querido prender la chimenea para no llamar la atención de ningún ojo curioso.

—No hay problema— contestó el hombre del hábito.

Hacía un frío espantoso. El príncipe tiritaba de frío y estaba cada vez más tentado en prender esa estúpida chimenea, pero se resistía las ganas. Sin embargo, veía que ni el hombre del hábito ni el gigante se inmutaban con el frío.

—Y dime, ¿qué planes son los que tienes para darme el trono, profeta?— preguntó sin tapujos Sweyn.

—¿Nosotros?, ninguno— contestó el hombre encapuchado.

—¿Me estás diciendo que solo estás haciendo perder mi tiempo? ¿Buscas mi vida entonces?— respondió nervioso el príncipe.

—No, mi señor. No me malinterprete. Nosotros somos siervos del gran padre Odín y solo pediremos algo a cambio de su victoria— contestó sin inmutarse el hombre encapuchado.

—¿Qué, exactamente?— preguntó el príncipe.

—Queremos que ahorque a cuanto cristiano y traidor encuentre en su camino, aún si decide ejecutarlos con los pozos de serpiente que tanto aman; necesitamos que sus cuerpos casi inertes mueran ahorcados y sean presentados hacia el gran Odín— contestó el hombre.

—¿Por qué tendría la ejecución una sola importancia?— preguntó Sweyn.

—Esas son nuestras condiciones. Si usted lo hace, nosotros le brindaremos poder sobrehumano en la guerra contra su padre. Por eso le dije, no tenemos planes. Usted deberá convencer a los Jomsvikingos de unirse contra su padre. No creo que tenga problemas, ya que su majestad es bastante fuerte, hábil y carismático; un mejor candidato al trono que el salvaje de su padre— dijo el hombre encapuchado.

—¿Solo ejecuciones entonces? Se me hace algo muy sospechoso— siguió ponderándose el príncipe.

La misma preocupación había hecho que dejara de sentir el frio; aunque ahora sentía un nerviosismo que bordeaba todo su cuerpo, como debía sentirse una mosca atrapada cuando ve a una araña acercarse a ella para devorarla.

—Porque los sacrificios humanos agradan a nuestro padre Odín. ¿Acaso no lo sabe, príncipe Sweyn? El Ragnarok se acerca y si no quiere que él muera ante las fauces del lobo Fenrir[6], deberá darle más y más poder para que salga victorioso—

—Su padre, el rey Harald, intenta evitar que más guerreros lleguen a Asgard para luchar junto a nuestro padre Odín. ¿Desea que el cosmos sea destruido por culpa de su inepto padre?— dijo el hombre encapuchado con una voz que parecía irritada.

Sweyn finalmente pudo ver los ojos del profeta, eran color violeta pero casi rojos, su mirada estaba llena de ira y terror.

—Disculpen, yo no sabía nada de eso— contestó nervioso el príncipe.

—Descuide, su majestad— respondió el hombre encapuchado con una voz más tranquila. —Tiene que verse entonces no como un simple rey de Dinamarca, debe ver su revuelta como clave para la victoria de nuestro padre Odín sobre las fuerzas del mal— prosiguió explicando.

—Entiendo, no solo salvaré a Dinamarca de la tiranía de mi padre, si no también ayudaré a nuestro gran señor Odín— contestó emocionado el príncipe.

En eso, el príncipe empezó a verse a sí mismo comiendo en la sala de banquetes en Asgard junto con Odín y luchando a su lado como un Einherjer, guerreros humanos que resucitarían y se unirían junto a los dioses en el Ragnarok.

—Así es, su majestad. Padre Odín le concederá el trono de Dinamarca, al mismo tiempo que usted lo ayudará a vencer a sus enemigos y evitar que las fuerzas de Asgard caigan en manos enemigas— contestó el hombre encapuchado, y en su rostro se podía dibujar una sonrisa malévola.

—De acuerdo, empezaré desde mañana a ejecutar a cuanto cristiano pueda. Ahorcándolos, ¿Está bien así?— preguntó emocionado el príncipe.

—Tenemos un trato entonces, su majestad, rey de Dinamarca y salvador de nuestro padre Odín— dijo el hombre encapuchado e hizo una reverencia.

El gigante no se inclinaba, así que el hombre encapuchado le dio un discreto puntapié en su pierna, lo que hizo que el hombre de más de dos metros se inclinara también.

Los hombres se retiraron de la cabaña, dejando al príncipe Sweyn solitario, envuelto en la oscuridad y el frio. Algo pasó por la mente del príncipe y corrió hacia la puerta y la abrió para alcanzar a los dos hombres, pero ya no estaban. Se habían esfumado completamente.

—¿Lo habré soñado todo? ¿Será por el frío tan intenso que hay aquí?— se preguntó extrañado el joven príncipe mientras, nuevamente, la emoción disminuía y el frío volvía a regresar a su cuerpo.

—Como sea, haré lo que ese hombre me pidió. Después de todo, si eso ayuda o no a nuestro dios Odín, el hecho de matar cristianos y desaparecer su sucia religión de nuestras tierras es, indiscutiblemente, un objetivo que yo también anhelo— pensó el príncipe mientras trataba de darse calor con los brazos cruzados.

El príncipe Sweyn salió de la rústica choza y se dirigió de nuevo hacia su palacio en Aros[7].

 


[1] Reino medieval que abarcaba Alemania, Austria, Suiza y parte de Italia.

[2] Usé el término Römisches Reich, que significa Imperio Romano en alemán. Hoy en día a este imperio se le conoció como Sacro Imperio Romano.

[3] Conocido como Otto el grande. Recordado como quien detuvo a una ola de invasores bárbaros conocidos como los magiares, antepasados del pueblo húngaro.

[4] En la religión nórdica, Yggdrasil es el árbol en donde el mundo y el cosmos se encontraba.

[5] Dios nórdico de la fertilidad.

[6] Monstruoso lobo, hijo de Loki. Arrancó la mano del dios Tyr y fue encadenado. Se creía que se liberaría en el final de los tiempos y devoraría al dios Odín.

[7] Aunque no se conoce la capital de inicios del reino de Dinamarca, Aros es uno de los lugares donde existía una residencia real, por lo que decidí usarla en esta historia como la capital. El nombre actual de dicha ciudad es Aarhus.

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