1-12. Atenea

—¡ATENEA!— gritaron todos.

Tania, Epona y Anpiel se pusieron en guardia mientras que Ana sacaba su dimensión de bolsillo y estaba lista para usarla.

—Amigos, por favor. Solo soy una pasajera aquí que fue capturada por algunos secuestradores ¿Es eso acaso un delito?— preguntó Atenea mientras levantaba las manos.

—Atenea, la líder de la revuelta contra Lel. Hay una recompensa altísima por tu cabeza— contestó Tania.

—¿Y acaso me van a intentar capturar en este lindo pueblito?— respondió sarcásticamente la diosa griega.

—Usaremos una dimensión alterna— contestó Tania.

—¿Y luego? Los transeúntes aquí verán que desaparecemos al desactivar la dimensión. ¿Quieren llenar de historias de fantasmas este lugar? ¿No será eso ‘intervención divina’ dentro del mundo de los humanos?— dijo Atenea con una sonrisa malévola.

Rodrigo pudo darse cuenta de que Ana estaba temblando mientras que Epona sus piernas no podía mantenerlas quietas. Intuyó que aquella diosa que llamaban Atenea era un verdadero monstruo.

—Claro está— dijo Atenea continuando su sonrisa malévola, —si aun así pretenden querer detenerme, ¡Inténtenlo!—

Un silencio incómodo cruzó en el lugar. La gente que pasaba empezó a ver con interés esto, que un grupo de gente hablando lenguas extrañas estuvieran a punto de pelear.

Ana guardó su dimensión de bolsillo y suspiró.

—No tiene caso, no podremos vencerla ni aunque usáramos nuestros totemas. Es así de fuerte— dijo mientras se acercaba para tratar de tranquilizar a Tania y Epona.

Atenea, que continuaba con las manos levantadas, las bajó inmediatamente.

—Era de esperarse de mi querida discípula— dijo mientras continuaba su sonrisa.

—Aun así, debemos informar a las autoridades en Lel— dijo Anpiel mientras relajaba su posición de combate.

—Creo que eso no servirá de nada, amigos— dijo la diosa griega, —de hecho, era yo quién los estaba esperando— prosiguió.

—¿A qué te refieres?— preguntó Tania.

—Ana, Tania; lamento yo tener que decirles que Lel ha puesto sus cabezas en bandejas de plata en esta misión— dijo Atenea mientras se daba media vuelta.

—No quisiera tener que enterrar a alguien tan querida para mí— continuó diciendo mientras empezaba a retirarse.

—¿Qué quieres decir? — le preguntó Ana.

—Eres una chica lista, creo que ya debes haberte dado cuenta; pero si necesitan de más información, les recomiendo que nos veamos en una posada. Aquí solo llamamos atención innecesariamente— dijo la diosa griega mientras se retiraba.

—Está a tres cuadras de aquí, en ‘Le maison de hibou’. Espero verlos allá— 

Y se despidió la diosa de túnica blanca mientras desaparecía entre las humeantes y oscuras calles de Toulouse.

—¡No haremos tratos con una traidora como tú!— gritó Epona cuando la diosa ya había desaparecido.

Ana estaba paralizada de miedo. Tania sintió un leve escalofrío que había sentido desde que Anpiel les había dado la misión. Epona tenía un semblante completamente azul.

—¿Iremos?— preguntó Rodrigo.

No hubo respuesta.

Rodrigo sintió que no debió haber dicho eso.

Ana calló de rodillas y comenzó a llorar.

Rodrigo quiso acercarse, pero no pudo. Tania se aproximó a ella y le puso una mano en el hombro.

—Tal vez descansar un poco nos sienta bien, Ana— dijo la diosa de cabellos de fuego.

—Discúlpenme, estoy bien— dijo Ana mientras se volvía a poner de pie y se secaba las lágrimas con su mano.

—Esa perra siempre sabe dónde golpear a los demás; es astuta como una zorra— dijo Epona.

—¿Desean que haga una reservación en una posada?— preguntó Anpiel

—Sí— respondió Tania.

La luna llena alumbraba las calles de Toulouse, y alguna gente aún caminaba por la noche. No era tan tarde aún, eran como las seis de la tarde, pero gracias al otoño, las noches duraban más en la tierra de los francos.

Las casas de color grisáceo con sus techos rojos y sus calles empedradas daban un ambiente de un tanto de melancolía en la ciudad. Había bastante ruido en la zona ya que muchas tabernas y posadas se encontraban en funcionamiento. A diferencia de León o Castilla, incluso Barcelona, Toulouse se encontraba en un muy buen estado, ya que los reinos francos eran bastantes prósperos.

Touluse - Novela Elyon

Se le llamaban reinos francos porque eran un conjunto de diversos reinos, países y ducados semindependientes; los cuales eran, supuestamente, gobernados por un gobierno central en la ciudad de París, pero la verdad es que cada región actuaba como su propio reino.

Toulouse era la capital de un país autónomo con el mismo nombre, y esta división era tan evidente que, entre cada reino independiente o país franco, era necesario tener que pasar por revisión de soldados. Era por esa razón que las defensas fuera de las ciudades eran tan pobres, y se habían convertido en nidos para bandidos y secuestradores.

La diferencia entre culturas era igualmente evidente. Toulouse se encontraba en una región llamada Occitania, una cultura y lengua muy similar a la catalana, pero ligeramente más francesa; idioma que se hablaba más en el norte de dicho país.

La ciudad de Toulouse era bastante grande y era atravesada por el rio Garona. La ciudad era muy peculiar porque, además de las imponentes murallas que tenía, se podían ver ruinas y restos de vestigios romanos aún en la ciudad; ya que fue una villa muy importante en tiempo del Imperio Romano, ruinas que daban un aire de cosmopolita a dicha ciudad.

Una catedral se elevaba en la parte más alta de la ciudad, la cual lucía majestuosa, tan imponente como el enorme palacio que Rodrigo vio en Tortosa.

Rodrigo y compañía se quedaron en una pequeña posada llamada ‘Maison de la lune bleue’, donde pasaron primero a la taberna.

—Lo siento chicos, necesito emborracharme— dijo Ana.

—Yo también— dijo Epona.

Esa noche, en la taberna, Ana y Epona se encontraban bastante ebrias, cantando y bailando con los demás huéspedes.

La taberna era amplia y había varios comensales. Un grupo de trovadores con sus enormes laudes cantaban historias heroicas del gran rey Carlomagno, mientras que la gente bebía cerveza muy animadamente.

—Venga chicas, enséñenos como se bebe en Britania e Irlanda— decían los demás comensales.

Ana no entendía nada, pero Epona le traducía. Entre ellos se pusieron a hacer competencia de bebida. Epona no resistió y vomitó lo que causó el enojo de los dueños del hostal.

—Perdón por la actitud de mi amiga— dijo Tania a la dueña de la posada. —Tome estas monedas por los problemas—

La fiesta continuaba. Tania, Anpiel y Rodrigo veían solo como las chicas se estaban divirtiendo mientras estaban alcoholizadas.

—¿No bebes?— preguntó Rodrigo a Tania.

—¿Y hacer ese ridículo que esas chicas hacen? No, gracias— respondió Tania.

—Bueno, al menos así podrán sacar ese estrés de hace rato— dijo Anpiel mientras veía divertido el espectáculo.

—¿Quién era esa mujer que vimos hace rato?— preguntó Rodrigo.

—Atenea, es una diosa criminal y líder de un grupo revolucionario que lucha contra El— dijo Anpiel con un semblante serio.

—Además, es la maestra que Ana suele hablar siempre— añadió Tania.

—Creí entonces que se debería tratar de una buena persona— contestó dudoso Rodrigo.

—Lo era— dijo Tania.

—Hace algo de tiempo, Atenea era la envidia y la admiración de todas nosotras las diosas. Para muchas, era nuestro modelo a ser y queríamos seguir sus pasos. Era hermosa, fuerte, valiente, y sobre todo se rumoraba que su padre, quién era el anunnaki del panteón griego, iba a dejar su trono para ella. Pero, por razones que desconozco, ella se exilió voluntariamente y se convirtió en una trotamundos— continuó explicando la diosa de cabellos de fuego.

—Ana la conoció cuando era una exiliada, pero no una amenaza contra Lel. Ella sufrió hace mucho y Atenea le dio cobijo y la ayudó a superar sus traumas— continuaba Tania contando.

Rodrigo sintió que no debería preguntar sobre los traumas de Ana.

—Pero un día, Atenea le propuso a Ana en unirse en una rebelión que quería hacer; así que ella y Ana rompieron relaciones. Desde ese momento, Atenea ha sido una criminal altamente buscada, porque, a pesar de no portar totemas ni ella ni sus seguidores, son muy peligrosos— concluyó la historia Tania.

—He escuchado mucho eso de los totemas— dijo Rodrigo, —¿Qué son?— preguntó.

—Oh, es cierto— dijo Tania divertida.

—Cuando los humanos adoraban a los dioses, estos les asignaron aspectos físicos en estatuillas, símbolos, sellos y demás. Las plegarias y la fe les dieron forma a trajes especiales que los dioses usan para combatir e incrementar exponencialmente sus poderes—

—Por llamarlo así, son imanes de fe. Entre una deidad sea más adorada y exista más devoción a ella, estos totemas serán más poderosos— respondió Anpiel.

Entonces, el ángel sacó de su bolsillo una estatuilla. Tenía la forma de una mujer sentada con dos caballos a su lado.

—Este es el totema de Epona. En el momento que ella lo necesite, yo se lo daré— dijo el ángel.

—¿Y sus totemas?— le preguntó Rodrigo a Tania.

—Bueno, de acuerdo; creo que te lo debo decir, Rodrigo— dijo Tania nerviosamente.

Rodrigo miró sorprendido a Tania.

—Ana y yo no tenemos una buena relación en Lel… por eso un malakim ha venido para observar nuestro desempeño, pero no tenemos autorización de utilizar totemas aún; estos se encuentran arriba, en Lel—

—A menos que la situación de la misión lo exija, Anpiel irá por ellas y nos las entregará— continuó explicando la diosa.

Rodrigo sintió que no debía preguntar la razón de su mala relación en Lel, ya era extraño que Tania hablara tanto.

—Es una misión extraña, debo admitirlo— respondió Anpiel.

—Lo normal sería que se les entregaran totemas si el combate fuera contra un dios, como en el caso de Loki concluyó.

Tania quedó en silencio un rato.

—Creo que Ana y Epona piensan igual que yo. Creo que Atenea no mentía— dijo Tania mientras trataba de apartar la vista.

Rodrigo quedó sorprendido, ¿acaso Anpiel tomaría malas notas por esto que Tania había dicho?

—Creo que hay que hablar con ella, pero es algo duro para Ana por la historia que tuvo con Atenea— dijo Tania.

—Y eso, ¿No afectará tu calificación ante Lel?— preguntó Rodrigo.

Tania apretó su puño y casi golpeó la mesa, pero se contuvo.

—No diré nada de esto a mis superiores— dijo Anpiel.

—Tal vez no lo sepas, pero Tania siempre nos ayudó mucho cuando aún tenía el favor en Lel. Estoy seguro de que esto es también una maquinación de Anat— dijo el ángel de una manera tranquila.

—He trabajado muy duro, he cumplido todas las misiones que se me asignaron, y aun así, sigo sin el derecho de entrar a Lel, sigo sin el derecho de usar mi totema, ¡y ahora quieren matarme! ¡Maldita Putanat!— dijo Tania mientras se veía su semblante de frustración y una lágrima salía de su ojo.

—¿Gustaría un trago, señorita Tania?— le preguntó Anpiel.

Pero Tania no contestó, bajó su cara hacia la mesa y puso sus manos sobre ella. Se encontraba furiosa y frustrada. Se escuchaban sollozos proviniendo de ella.

Fue una situación incómoda. Ni Rodrigo ni Anpiel podían hacer nada mientras escuchaban los sollozos de la diosa de cabellos de fuego.

—Lo siento chicos, me voy a acostar— dijo Tania mientras se levantaba.

—Pero mañana quiero hablar con Atenea, aunque no le agrade eso a Ana— concluyó la diosa mientras dejaba unas monedas en la mesa y se retiraba.

—Creo que yo también me retiraré, señor Rodrigo— dijo Anpiel.

—No he dormido en dos días enteros—

Dicho esto, el ángel se levantó y salió de la taberna.

Rodrigo volteó a ver a Ana y Epona y seguían bailando.

—Rui, Rui; ven, baila conmigo— le gritó Ana.

Ana fue y jaló a Rodrigo he intentó hacerlo bailar, pero ya estaba muy borracha y solo pudo recostarse sobre el pecho de Rodrigo.

—Ya hay que irnos, Ana— dijo Rodrigo.

—No me dejes aquí, Rui— le contestó Ana.

Rodrigo puso el brazo de la diosa en sus hombros y la ayudó a salir, mientras que veía que Epona seguía bebiendo con los demás. Subió a su habitación y la recostó en su cama. Ana quedó dormida inmediatamente.

Rodrigo se dio cuenta que su habitación la compartía con Tania, pero la diosa ya estaba dormida y de espaldas.

El muchacho se quitó los zapatos y se sentó en la cama cuando empezó a escuchar a Tania gritar: —¡Basta, basta! ¡Déjenme, déjenme por favor! ¡No lo sabía, no lo sabía!—

Estaba gritando dormida, Rodrigo no sabía qué hacer, pero Tania seguía gritando y llorando. Se levantó y tomó su mano. Tania empezó a tranquilizarse y quedó dormida nuevamente.

Rodrigo empezó a darse cuenta de que el mundo de los dioses no era tan diferente del de los humanos.

—¿Será esta una misión suicida?— pensó Rodrigo, pero se prometió que haría lo posible para protegerlos a todos.

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