1-11. Toulouse

—Disculpe, pero somos peregrinos de Barcelona. Nos dirigimos a Tours a adorar los restos santos de San Martín— contestaba Tania en catalán a unos soldados que se encontraban en la puerta de Andorra.

Mientras tanto, otro guardia revisaba la caravana de los dioses en busca de armas o contrabando.

Andorra - Novela Elyon

—Está limpia— gritó el guardia a los otros soldados que estaban en la puerta de la ciudad.

—Y dígame, señorita, ¿no sabe que los territorios francos son peligrosos y llenos de bandidos? ¿Por qué desean cruzarlos solos sin un grupo de guardaespaldas? No es común que la gente viaje fuera de caravanas mercantiles o grupos grandes de peregrinos— le preguntó el soldado a Tania.

—Tengo fe en Jesucristo y su sagrada madre María que nos protegerán en el viaje— dijo Tania mientras fingía una sonrisa a los guardias, al mismo tiempo de que se ponía en una posición que dejaba ver su crucifijo colgando en su cuello.

—Bien, pasen y disfruten su estancia en Andorra la Bella— respondió el guardia mientras se abrían paso para que entrasen.

Había pasado un día entero desde que salieron de Barcelona, y ahora se encontraban en las afueras de Andorra. Finalmente estaban a punto de entrar a los reinos cristianos de los francos.

Andorra era un pueblito que había sido fundado por los valientes soldados que impidieron el paso de los moros en Europa, y se les había dado esas tierras como compensación. Su actual función era ser una zona buffer entre Barcelona, Córdoba y los reinos francos.

—Hace frio aquí, ¿no creen?— dijo Rodrigo mientras empezaba a buscar algo con qué cubrirse.

—Claro, estamos entrando a un grupo de montañas llamadas: ‘Los Pirineos’— dijo Tania mientras regresaba a sentarse al vagón de la caravana y Anpiel proseguía su marcha.

—El camino de aquí en adelante será bastante complicado y difícil, ya que debemos bajar las montañas. Con suerte llegaremos en la noche a Toulouse— prosiguió contando la diosa de cabellos de fuego.

—¿No nos quedaremos a dormir un poco en este pueblo?— preguntó Epona con cara de cansancio.

—Este vagón es muy incómodo y mataría por una cómoda cama de plumas en estos momentos— continuó quejándose la diosa.

—Tenemos prisa, Epona. No podemos perder tiempo innecesario. Si podemos llegar a Toulouse en la noche, dormiremos ahí— respondió Tania.

—Descuiden, yo aún no estoy cansado— dijo el ángel mientras continuaba guiando la caravana.

Finalmente salieron de Andorra y comenzaron a subir y bajar montañas por caminos bastante estrechos y peligrosos.

El escenario era hermoso y majestuoso. Enormes montañas verdes desfilaban por el camino ya trazado por otras caravanas y peregrinos. Se podían ver una que otra casita en las praderas verdes. El cielo era azul claro y se respiraba un aire muy fresco, propio de las montañas.

Algunos animales, como cervantinos, se podían ver corriendo en manadas. También volaban muy en lo alto águilas, con sus sonidos bastante característicos.

—Dicen que aquí un general púnico movió varios elefantes hace mucho tiempo— dijo Epona a Rodrigo quien se asomaba para ver las majestuosas montañas de los pirineos.

—Suena a una enorme proeza, señorita Epona— respondió Rodrigo.

—Puedes preguntarle los detalles a la chica de cabello de fuego que está ahí, ella estuvo en esa excursión— contestó la diosa equina mientras señalaba a Tania.

—¿Es por eso por lo que conoces tanto esta ruta?— le preguntó Rodrigo a la diosa púnica.

—Evidentemente en ese entonces no existía ni Andorra ni Toulouse, así que es irrelevante— dijo Tania sin mucho entusiasmo.

Rodrigo entendió que ella no quería hablar del tema nuevamente y dejó de insistir.

Ana venía dormitando recostada en Tania y ella comenzaba también a quedarse dormida.

—¿Y cómo descubriste que eras un nefil, Rodrigo?— le preguntó Epona tratando de hacer conversación.

—¿De repente llegaron estas diosas y creíste que estabas enloqueciendo?— continuó preguntando la diosa equina mientras hacía un ademán de locura.

Rodrigo contó lo que había pasado y como conoció a Tania y Ana.

—Oh, no sabía que Tania podía ayudar a esclavos. Ella siempre me ha dado un semblante de dura y fría, pero supongo que debe tener su corazón también— respondió Epona.

Rodrigo empezó a sentir algo raro, Epona le parecía demasiado hermosa. Ciertamente, Ana le resultaba agradable y el cuerpo de Tania era precioso; pero Epona, a pesar de no ser tan agraciada como Tania ni tener ojos tan hermosos como Ana, tenía un encanto que no podía explicar. A lo mejor era su carácter, a lo mejor era su actitud, pero definitivamente Rodrigo sentía como su corazón palpitaba más cuando estaba junto a ella.

—¿Te sonrojé?— le preguntó con una mirada pícara Epona.

—No, yo no, señorita Epona— respondió Rodrigo avergonzado.

—Ey, llámame Epona o Ep solamente— dijo riendo la diosa.

—Te parezco atractiva, ¿verdad?— dijo Epona mientras veía con una mirada coqueta a Rodrigo.

—He visto que no me has dejado de mirar desde la vez que nos conocimos. ¿Te gustan las chicas rubias como yo?— continuó la diosa con su actitud chulesca con el joven muchacho que estaba cada vez más apenado.

—Di… disculpe si la ofendí, señorita Epona— contestó Rodrigo con su cara completamente sonrojada.

Epona se comenzó a carcajear.

—Tranquilo, no tiene nada de malo. No te sientas mal— dijo divertida la diosa equina.

—Y dígame— dijo Rodrigo intentando cambiar el tema. —¿Por qué usted y Ana discuten tanto?— preguntó mientras trataba de mirar a otro lado.

La diosa rubia miró hacia Ana quien iba dormida recargada sobre Tania.

—Ella y yo estuvimos en guerra hace bastante tiempo ya, cuando Irlanda y los antiguos romanos que vivían en Britania luchaban entre sí. Cuando Irlanda se convirtió finalmente al cristianismo, terminamos haciéndonos amigas. Pero pues parece que los viejos hábitos son a veces difíciles de contener— respondió la diosa de los caballos con una mirada bastante seria.

Rodrigo nuevamente se encontró viendo a Epona, le parecía la mujer más hermosa que jamás hubiera conocido; pero al mismo tiempo, sentía un poco de culpa ya que percibía una cierta atracción hacia Ana.

—Son diosas, no debo de ser más que un gusano para ellas— pensó mientras trataba de mirar a otro lado.

Epona nuevamente se rio.

—Voy a tener que cobrarte cada vez que me estés mirando de esa forma— le dijo la diosa de los equinos y le hizo un guiño.

La diosa, entonces, se acercó a Rodrigo y le tocó la pierna.

—Si no fuera una diosa con voto de virginidad, me acostaría contigo. Eres muy guapo, ¡Créeme!— le dijo la diosa con una voz bastante melosa.

—No diga esas cosas, señorita Epona— respondió nerviosamente Rodrigo mientras trataba de alejarse de la diosa rubia.

Epona comenzó a carcajearse.

—Eres tan fácil de molestar, Rodrigo— dijo mientras le quitaba su mano de su pierna.

—Procuraré no mirarla, señorita Epona— siguió contestando el muchacho.

—Ya te dije que solo me llames Epona o Ep— respondió la diosa equina.

—Bien, Ep. Procuraré no hacerlo de nuevo— le dijo Rodrigo apenado.

—¿Eres siempre así de tímido y formal? Seguro ninguna chica te habló con esa actitud. ¡Tienes que relajarte más! Estás viajando con tres chicas preciosas, que además son diosas y tú estás todo tenso como si fueras una espada vikinga— dijo la diosa de los caballos riendo, al tiempo que ella se alejaba un poco de él.

—Trataré de relajarme más, Ep— dijo Rodrigo tratando de sonreír, aunque estaba aún bastante nervioso.

—¡Eso!, ¡Ánimo muchacho!— dijo sonriendo Epona.

En ese momento, la caravana frenó bruscamente y se oyeron gritos afuera. Rodrigo no entendía que idioma fuese, ya que no conocía la lengua local de esa región.

Cuando se asomó por la ventana, se dio cuenta que eran ladrones. Era un grupo de ocho que estaban a caballo y traían consigo un carrito lleno de mujeres atadas, posiblemente las habían secuestrado.

—Oh, qué mal que pasaron por el territorio de los hermanos Gaçon— dijo en occitano[1] el hombre que estaba al frente del grupo.

Tania, quien se había despertado por el movimiento brusco, los vio y les gritó en occitano: —No tenemos nada que les interese, ¡Váyanse de aquí!—

Los hombres empezaron a reír.

—¡Pero que belleza! Parece que esta será una muy buena cacería de esclavas— gritó en occitano otro hombre que estaba en el grupo.

—Mi señora, ¿me permite encargarme de estos bandidos?— volteó el malak a ver a Tania mientras le hacía una reverencia.

—Sí, adelante— respondió Tania.

Anpiel entonces se bajó de la caravana y sosteniendo un garrote los desafió.

—Pero ¿qué va a poder hacer un miserable sacerdote en contra de todos nosotros?— dijo riendo el líder de la banda.

—Y miren, nos amenaza con un palo, ¡Qué miedo!— dijo uno de los bandidos mientras todo el grupo carcajeaba.

El ángel, entonces, saltó y golpeó al líder, tumbándolo del caballo. El hombre cayó inconsciente.

Los demás hombres guardaron silencio, e inmediatamente, sacaron cuchillos, lanzas y espadas; pero el ángel, evadiendo acrobáticamente todos los ataques, los noqueó uno a uno. Rodrigo pudo notar que el ángel no usaba ninguna pizca de poder divino para ello; sin lugar a duda era mejor peleando en niveles humanos que él.

Los hombres que no quedaron inconscientes rompieron filas y huyeron, dejando el carro de las chicas que habían secuestrado.

—Hay que salvar a las mujeres— dijo Rodrigo.

Epona, quien traía un cuchillo, se acercó al carro y empezó a cortar las ataduras de todas.

—Ya están a salvo— les dijo en occitano mientras les daba una sonrisa conciliadora.

—Gracias, muchas gracias. Esos hombres se dedican a secuestrar mujeres y venderlas como esclavas— dijeron en occitano las mujeres mientras que lloraban de felicidad.

—Nos dirigimos a Toulouse en estos momentos, ¿desean que las llevemos allá?— les preguntó Epona.

—Si, por favor, si no es mucha molestia— respondieron las chicas.

—No es ningún problema— la diosa de los caballos sonrió y se bajó del carrito en donde estaban.

Tania se asomó por la puerta del vagón y les hizo señas.

—Entren aquí, nosotros las llevaremos. Ya están seguras— les dijo en occitano.

Ana, al sentir el alboroto, se despertó.

—¿Eh? ¿Ya estamos en Toulouse?— preguntó media dormida.

—Vaya que tienes un sueño pesado— dijo la diosa de los equinos toda indignada.

Las mujeres que iban subiendo al vagón se sorprendieron de la lengua extraña que ellas hablaban.

—¿No son ustedes de por aquí?— les preguntó una de ellas.

Ana no sabía occitano, pero Epona respondió en occitano rápidamente: —So… somos de Irlanda, por eso hablamos extraño, no se preocupen—

A duras penas todas cupieron y siguieron la marcha hacia Toulouse. Ana vio de reojo a una de las chicas, era alta de cabello castaño claro y unos ojos azules.

—Esa chica se parece mucho… no, imposible— pensó.

La chica volteó a ver a Ana y le sonrió. Ana se puso nerviosa.

Después de unas horas de viaje, llegaron finalmente a Toulouse. Tania explicó lo que había sucedido en el camino, y los guardias dejaron entrar la caravana sin chistar. Las mujeres finalmente se bajaron, dieron las gracias e incluso ofrecieron un lugar para dormir a los cansados dioses, pero estos rechazaron la propuesta.

—Ya tenemos un lugar en donde quedarnos, pero les agradecemos su invitación— dijo Tania en occitano.

Las chicas se retiraron y los dioses se quedaron contentos por haber ayudado a esas mujeres de lo que les hubiera podido pasar.

—Claro, ayudar a los demás siempre es algo que nos causa satisfacción, ¿No creen?— una voz de mujer se escuchó usando lengua divina detrás de los dioses. Estos voltearon rápidamente.

Una de las chicas, la que Ana había identificado, se encontraba aún de pie detrás de ellos.

Tenía sus manos tocando su cintura. Era alta, con una piel ligeramente apiñonada, como el que tienen las personas en el sur de España; su cabello era castaño claro, rizado, y lo tenía sujetado con una coleta junto a una diadema en su frente. Portaba una túnica azul con blanco, la cual no era la forma de vestir en los reinos francos, pero sí en el Imperio Romano oriental[2], además de portar sandalias.

Ana empezó a tiritar de miedo.

—¿Qué pasa, Ana?, creí que nunca me ibas a reconocer, ¿Acaso he cambiado mucho?— dijo la muchacha con una voz desafiante pero alegre y llena de fuerza y vitalidad.

—¡Ma…. maestra Atenea[3]!— respondió Ana con una mirada sorprendida.

Todos los demás quedaron congelados como piedra, menos Rodrigo que no entendía la situación.

 


[1] Anteriormente, los Reinos Francos no estaban unidos por una sola lengua, si no varias. Occitano era la lengua que se hablaba en el sur. Aún existe como dialecto local en la región de Occitania.

[2] Conocido hoy en día como Bizancio o Imperio Bizantino.

[3] Diosa griega de la guerra.

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