1-13. Confrontación

Los dioses se habían reunido en la habitación de Tania y Rodrigo para discutir sobre lo que la diosa de fuego y Anpiel habían estado hablando en la noche. El nerviosismo y la preocupación flotaba en el aire.

Tania había explicado las dudas que había estado albergando desde el inicio de la misión, las cuales Ana y Epona respondieron haberlas tenido igualmente.

¿Por qué Loki escaparía de una prisión en Yggdrasil, y ninguno de los dioses nórdicos ha intentado arrestarlo? Empezando, ¿Por qué escapó precisamente ahora? ¿Cómo escapó? ¿No se supone que, según el Ragnarok, Loki llevará una guerra en Asgard, no en la tierra?, todas esas dudas se acumulaban en la habitación.

Entonces, Ana se levantó y dijo: —Iré yo a hablar con Atenea, no dejaré que ninguno de ustedes muera en esta misión—

—No puedo dejarte ir sola, ¿qué tal si Atenea quiere eliminarte o algo así?— dijo Tania mientras se levantaba a detenerle el paso.

—Ella no es una ruin de ese tipo, la conozco— respondió la diosa de cabellos oscuros.

—Es mi deber acompañarla, señorita Ana— respondió el ángel mientras seguía sentado con las manos juntas.

—Ciertamente, las debo apoyar en todo; pero no puedo obviar cualquier detalle de esta misión— dijo.

—Hacer un trato con un criminal nivel uno es una transgresión castigable con la muerte según las leyes en Lel. Yo no mencionaré nada de esto a mis superiores, pero es necesario que conozca la situación que estamos lidiando—

—También, no puedo permitir que fuera a unirse al escuadrón de dicha deidad en un mero caso hipotético— continuó con su semblante de seriedad.

Ana guardó silencio.

—Jamás me uniría de nuevo a ella, ¿de acuerdo, Anpiel?— dijo enojada la diosa después de un breve momento.

—No se lo estoy pidiendo, señora. Lamento ser inoportuno, pero esto es una orden como un supervisor suyo— respondió el ángel.

—De acuerdo— contestó Ana.

—Deja que te acompañe también— dijo Rodrigo.

—No, Rui, esta vez no— dijo Ana mientras le apartaba la vista.

—Por favor, prometí protegerte; es lo menos que puedo hacer— siguió insistiendo el muchacho.

—Atenea pondría tu cabeza en su lanza antes que pudieras mirarla a los ojos— le contestó Epona.

—Aun así, estoy dispuesto a dar mi vida por ella. Ahora que he perdido a mi familia y el pueblo en donde vivía, lo único que me mueve es apoyarlas a ambas; y si al menos algo puedo hacer, lo haré, no importan las consecuencias— dijo Rodrigo mientras se levantaba.

—Rui…— dijo Ana volteando a ver al joven decidido.

—Estás loco, Rodrigo— dijo Tania.

—No lo comprendes, Tania, es amooooor— dijo Epona viendo a Rodrigo.

El muchacho se sonrojó, pero siguió insistiendo que era su deber.

—Déjalo ir contigo, Ana— dijo Epona,

—Ya quisiera yo encontrar a alguien que estuviera dispuesto a dar su vida por mí, ante una situación que sabe de antemano que supera todas sus probabilidades de supervivencia— continuó diciendo la diosa rubia.

Ana miró a Rodrigo mientras éste se levantaba y se ponía junto a ella.

—Usted es una persona muy interesante, señor Rodrigo— dijo Anpiel mientras le ponía su mano sobre el hombro del muchacho con una mirada decidida.

Ana le sonrió.

—Vamos entonces— le dijo.

—Suerte y regresen con vida— se despidió de ellos Tania.

—Y no la caguen, chicos— dijo Epona con una mueca sarcástica.

—Ni que fuéramos caballos defecando cada dos minutos— dijo Ana mientras cerraba la puerta. Solo pudo escuchar las maldiciones de la diosa rubia dentro del cuarto.

Eran las seis de la mañana, Ana aún se encontraba adolorida por el alcohol, pero su preocupación la hizo despertarse temprano, al igual que todos los demás. Aún no salía el sol, por lo que las calles aún lucían un poco abandonadas y oscuras.

—Es domingo— dijo Anpiel, —por lo que la gente se despertará con las campanas de la catedral para ir a misa—

—Esto nos favorece por si hay algún altercado— respondió Ana.

Llegaron finalmente al hostal donde Atenea les había dicho que se encontraba. Entraron y preguntaron al dueño sobre la descripción de un huésped con las características de la diosa. Se dirigieron todos, entonces, al tercer cuarto del primer piso y tocaron la puerta.

Una voz dentro dijo: —Adelante—

Era una habitación amplia, una cama grande con una mesa para comer. Los hábitos de limpieza de ese lugar dejaban mucho que desear.

Atenea se encontraba sentada sobre su cama con las piernas cruzadas. Tenía una toga de tirantes cubriendo su cuerpo, sus brazos y piernas estaban suavemente marcados con musculatura.

—Los estuve esperando anoche, pero supongo que no pudieron decirle que no a una buena borrachera, ¿O me equivoco?— dijo la diosa griega con una sonrisa malévola.

—No he venido a platicar de eso, vengo por información y ya— dijo tajantemente Ana mientras seguía de pie en el dintel de la puerta.

—Sería una mala anfitriona si no les ofreciera de comer— dijo Atenea mientras se levantaba. Su ropa no dejaba mucho a la imaginación.

—En mi reino, la hospitalidad es muy, pero muy importante, ¿Quieren pan con aceite de oliva y un vaso de vino?— preguntó mientras se arrimaba hacia la mesa.

—No— tajantemente respondió Ana.

—Vamos Ana; no nos hemos visto hace…— insistió la diosa.

—¡Dije que no!— dijo colérica Ana.

Atenea se detuvo entonces. Ana respiraba muy hondamente y tenía los ojos cerrados.

—Quiero información y nos iremos. Esto jamás habrá pasado, nunca te vimos, ni sabemos nada de tu paradero, ¿Es un trato?—

Atenea sonrió.

—Bien, Ana. Creo que sabes que Anat es una neurótica, ¿cierto?— respondió Atenea mientras regresaba a sentarse en su cama.

Ana asintió.

—Entonces, ¿Tú crees que no se iba a enterar sobre todos los años que pasaste conmigo?— dijo la diosa griega con una sonrisa maquiavélica.

Ana guardó silencio.

—Anat te quiere muerta, Ana. Creé que puedes hablar de mí, bajo tortura, o incluso poder unirte a mi ejército por la historia que tuvimos nosotras dos. Lo mismo Tannit, la considera débil de carácter y una cobarde. Ella quiere que ustedes dos mueran en esta misión— dijo Atenea señalando a Ana.

El semblante de Ana cambió y se puso pálida. Rodrigo la tomó del brazo mientras escuchaba como la diosa respiraba con dificultad.

—Epona no hizo nada para morir, pero será solo un daño colateral. Además, el hecho que dos diosas de Lel mueran en el territorio de Odín, provocará una intervención en Yggdrasil. ¿Quién creen que liberó a Loki para empezar?— continuó diciendo la diosa de piel de olivo.

—Una de los elohim tiene la capacidad de viajar de dimensiones en dimensiones, ella liberó sin ningún problema a Loki bajo órdenes de… El— dijo con una sonrisa maligna la diosa mientras veía como Ana perdía la compostura.

—¡Lo sabía! ¡Quieres manipularme para que vaya en contra de las órdenes de Lel!— alzó la voz Ana de manera furiosa. Se escuchó a lo lejos a las personas gritar que guardasen silencio.

—No tengo razones para mentirte, Ana, y no tengo ya nada más que decir, ¿me entienden?— dijo Atenea mientras se levantaba y miraba hacia la ventana.

—Pero— dijo inmediatamente, —no solo es Loki quién está en Jutlandia, dos de sus hijos también, junto a un jotun, por lo que necesitarán sus totemas para ganar—

—Si el malak que tienes a lado fuera a Lel en estos momentos y explicara la situación, seguro regresaría con ellos, pero puedo apostar que no se los darán; o hagan el intento—

Entonces, Atenea los volteó a ver con sus ojos maquiavélicos y dijo con una sonrisa: —O puede ser que me equivoque—

Ana guardó silencio, y después de un momento, le dio las gracias a Atenea y cerró la puerta.

Los tres bajaron en silencio y continuaron hacia la posada sin decir absolutamente nada. Finalmente entraron a la habitación de Tania donde ésta estaba sentada en silencio mientras que Epona leía un libro.

—Me alegra ver que regresaron a salvo— dijo la diosa de cabellos de fuego.

—Tengo algo que decirles— comentó de manera sombría Ana.

La diosa de cabellos oscuros contó lo que le había dicho Atenea. El silencio se siguió apoderando de todos.

—La única forma que podemos saber si la historia es cierta o no— dijo Anpiel, —es que sus totemas se me sean entregados al saber sobre la situación actual. Por lo que debo ir a Lel— continuó explicando el ángel.

—Creo que será lo mejor— dijo Tania con un semblante sombrío.

Anpiel sacó el totema de Epona y se lo arrojó. La diosa lo atrapó, aunque casi se le cayó.

—¡Idiota, no andes arrojando algo tan valioso como esto!— respondió furiosa la diosa rubia.

—Como si éste hiciera una verdadera diferencia con tus habilidades— le respondió sarcásticamente el ángel.

Los demás rieron.

—Bueno, espero regresar pronto; antes que lleguen a Jutlandia. Desde Lel observaré donde están y me transportaré ahí— dijo el ángel.

—Buena suerte, Anpiel— le dijeron Ana y Tania.

—Cuídate— dijo Rodrigo.

—Por mí, ni regreses— dijo Epona con un puchero en su cara.

En ese momento, unas alas blancas aparecieron en la espalda del malak. Entonces se llenó de luz, e inmediatamente, desapareció.

—Bien, creo que es momento de ponerse en marcha. Si Anat nos quiere muertos, vamos a ponerle enfrente de ella la cabeza de Loki y decirle: ‘No nos subestimes Putanat’— dijo Tania mientras se levantaba con un semblante de decisión.

—Ahora todo está en manos de Anpiel, espero que regrese con nuestros totemas— dijo Ana.

Comieron un breve desayuno en la taberna, y después, partieron de la ciudad de Toulouse hacia Normandía.

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