1-15. Viaje hacia Jutlandia

Habían pasado seis días desde que Rodrigo y los demás salieron de Toulouse, y finalmente, llegaron en la noche a la ciudad de Caen en Normandía; en donde tomarían un barco para viajar a Jutlandia. El viaje tardaría otros siete días más, fácilmente.

Caen, Normandía. Elyon Novela

Los vikingos se habían apoderado de la región del norte del desintegrado reino de Carlomagno en el siglo pasado. Aunque los nórdicos que vivían ahí habían aceptado convertirse en un protectorado del reino franco del Oeste, y tratar de adoptar sus costumbres y tradiciones, la verdad es que ellos seguían comportándose como si fuesen daneses.

Para mayor evidencia a esto, es que había viajes mercantiles directos a Dinamarca; y la gente continuaba hablando danés en lugar de francés. Las habilidades políglotas de Tania ya no tenían ninguna utilidad en esta región.

—Yo hablo un poco de noruego, que es similar al danés— dijo Epona mientras se estiraba por el largo viaje desde Tours hasta allá.

—¡Hace mucho frío aquí!— se quejó Rodrigo mientras se intentaba dar calor acurrucándose.

Rodrigo había servido de piloto en la caravana dado que Anpiel se había retirado. Habían pasado ya seis días y no había noticias de él.

—Descuida, Rodrigo— respondió Epona, —¡Aquí sí tienen un buen vino! Verás como entras rápidamente en calor— continuó diciendo la diosa rubia mientras se bajaba de la caravana.

Rodrigo miró hacia sus alrededores. Caen lucía muy diferente a las demás ciudades que habían visitado. Las casas eran pintorescas de dos pisos construidas completamente de madera y con techos en forma de V invertida. Había un peculiar castillo de piedra y madera en la parte más alta de la ciudad. Las calles no estaban pavimentadas, pero los caminos de cruce eran notables porque las carretas dejaban constantemente un pasaje; además, la gente se vestía diferente.

Esta fue su primera aproximación a la cultura danesa.

—Hay que buscar un lugar donde quedarnos— dijo Tania mientras bajaba del carro de un salto.

En ese momento, el cielo tronó y comenzó a llover.

—Sí, por esta región llueve todo el tiempo— dijo Ana mientras se bajaba del carro. La lluvia parecía no importarle mucho.

Después de aparcar su vagón, se quedaron en una posada cerca del puerto. Epona intentó hablar en su ‘noruego’ pero nadie le entendió. Afortunadamente, en la posada los dueños entendían occitano y Tania pudo rentar un cuarto.

—¿No que has estado en esta región antes, Epona? ¿No que has bebido tu vino exquisito aquí? ¿Qué diablos fue ese noruego tuyo?— preguntó molesta Ana.

—¡Fue hace mucho! ¡Ya deja de molestarme! ¡En ese entonces no se llamaba Normandía!— respondió frustrada Epona.

Finalmente, entraron al cuarto. En esta ocasión rentaron solo uno para poder tener mayor conversación entre todo el grupo.

—¿Aún no tienen noticias de Anpiel?— preguntó sombría Ana mientras se sentaba en la cama del cuarto.

—Ninguna— respondió Tania. —Espero que no se encuentre en peligro— dijo.

—Bueno— continuó Tania, —debemos abordar mañana el barco hacia Jutlandia temprano, traten de descansar—

Salieron primero y vendieron su carreta ya que no la necesitarían. Para sorpresa de Tania, mucha gente sabía hablar occitano y francés, por lo que la comunicación no fue tan complicada.

Después de beber unas copas y cenar en la taberna del hostal, subieron para dormir, ya que estaban todos cansados del viaje.

Esa noche, todos durmieron en el mismo cuarto; cada uno compartió una cama. Rodrigo durmió junto a Epona y se encontraba bastante nervioso.

En el viaje, la diosa rubia le parecía cada vez más hermosa y no podía quitarla de su mente. Incluso Ana le había hecho el comentario de que dejase de babear por la diosa de los establos. Pero no había forma de evitarlo. Y ahora, se encontraba durmiendo junto de él.

Epona tenía sus labios entreabiertos mientras dormía; Rodrigo no dejaba de pensar en otra cosa que besar sus húmedos labios.

—¡Eso jamás lo haría un caballero!— pensó. Entonces, se dio media vuelta e intentó dormir.

Al día siguiente, zarparon muy temprano hacia Jutlandia en barco. Los únicos barcos que llegaban hasta Dinamarca eran barcos largos normandos mercantes que no permitían mucha intimidad.

Eran bastante extensos. Los pasajeros ponían sus mercancías en el centro de la embarcación, mientras que el capitán del barco y dos remeros se encontraban en la parte más alta. Los pasajeros se sentaban a esperar en una pequeña plataforma que estaba sobre la proa. No era la forma más cómoda de viajar y eso provocó que Epona lanzara maldiciones varias veces.

Los barcos viajaban en pequeñas flotillas, aunque no iban muchos en esta ocasión, solo dos. No había muchos mercaderes queriendo viajar a Dinamarca porque la región estaba en plena guerra civil; por lo que los barcos no podían llegar a la ciudad de Aros, la cual se supone que era su ruta. Pero los dejarían cerca, en el puerto de Horsens.

Rodrigo empezó a marearse y no paraba de vomitar; él jamás había viajado en barco tanto tiempo, y la corriente del mar del Norte era especialmente turbulenta. Ana estaba junto a Rodrigo tratando de que se sintiese mejor.

—No vuelvo a sacar a un paleto de un pueblo— dijo furiosa Tania al ver a Rodrigo sin poder controlar su estómago.

En la noche, Rodrigo continuaba vomitando y vomitando. Tania y Epona se habían quedado dormidas del lado donde el capitán se encontraba, usando un grupo de mantas que éste repartió para que se pudieran cubrir del frio y de la lluvia, porque llovía una barbaridad en esa región.

Del otro lado, del lado de la proa, Ana continuaba tratando de que Rodrigo se sintiera mejor; pero el pobre no paraba de vomitar. Ya había expulsado todo lo que tenía en el estómago, por lo que solo sufría de las contusiones que el malestar le provocaba.

En eso, ambos escucharon una voz que les gritaba en lengua divina: —Vaya, pero ¡qué pequeño es el mundo!—

Ana volteó y vio a Atenea en el otro barco sentada sobre la proa. Como era de noche, los barcos habían dejado de remar ya que se desplazaban lentamente con la brisa nocturna, y estaban muy cerca uno del otro; lo suficiente para que las personas se pudieran comunicar de un lado a otro solo alzando un poco la voz.

—¿Qué demonios haces aquí?— le gritó Ana mientras tomaba una posición defensiva.

—¿Qué? ¿Acaso no puedo viajar yo también a Jutlandia?— preguntó la diosa con una sonrisa. De un salto se subió al barco donde Rodrigo y Ana se encontraban y se sentó sobre la proa.

—Nos estás siguiendo, ¿verdad?— preguntó Ana indignada.

—¿Ya les trajo su malak sus totemas?— respondió Atenea con otra pregunta.

Ana guardó silencio, mientras que Rodrigo volvió a intentar vomitar.

Atenea volteó a ver las estrellas.

—Jamás abandoné a los héroes que apoyé, Ana. ¿Ves esa constelación? Es Perseo, y estuve ayudándolo en todo momento para que pudiese decapitar a la gorgona. ¿Por qué crees que deseo lastimarte o hacerte daño?— dijo la diosa griega mientras señalaba hacia el cielo.

—Tú te convertiste en una escoria rebelde y me defraudaste— dijo Ana mientras masajeaba la espalda de Rodrigo.

—Aunque tú y yo pensemos totalmente diferente, Ana, no eres ya mi discípula, eres mi amiga y jamás dejaré que mueras— dijo la diosa griega con una sonrisa.

—Desde que mis espías me informaron de esto, tomé control de la situación para poder ayudarte en todo lo que pudiera; sin si quiera informar de estas actividades a mis socios— continuó diciendo la diosa de cabellos castaños.

Rodrigo volvió a intentar vomitar, pero su estómago ya estaba vacío.

—Chico, toma esto— le lanzó la diosa Atenea un durazno a Rodrigo y Ana lo atrapó.

—Es un remedio para los mareos de viaje. Aunque te parezca raro, yo también vomito en los barcos— dijo la diosa.

Ana dudó por un momento, pero Rodrigo estaba tan desesperado que tomó la fruta y la mordió.

—Rui, espera…— dijo Ana.

El estómago de Rodrigo se tranquilizó y finalmente se sintió bien. Aliviado, se puso de nuevo de pie.

—¿Estás bien, Rui?— preguntó Ana.

—Sí, ya me siento mejor— respondió Rodrigo y entonces volteó hacia Atenea y se inclinó en pose de reverencia.

—Muchas gracias por su ayuda— dijo.

Atenea sonrió e hizo un gesto de negación con su mano, luego se levantó de la proa del barco para volver a saltar al suyo.

—Si necesitas mi ayuda, solo llámame, Ana— dijo.

Ana quiso llorar, pero se contuvo.

—Maestra, yo… agradezco todo lo que hizo por mí. Pero quiero reparar mi vida, quiero volver a ganar la confianza de Lel. Yo no odio a la humanidad como usted, yo aún creo que los humanos son seres maravillosos; aunque puedan tomar decisiones equivocadas. Por favor, entienda, no pienso como usted, no puedo unirme a usted— dijo Ana mientras se postraba igualmente ante la diosa griega.

Atenea sonrió nuevamente.

—He conocido a un chico; es muy tonto y distraído, pero siempre pone el bien de los demás sobre el de sí mismo. Aunque se siente superado, siempre da su mejor esfuerzo para seguir adelante—

—Cuando lo conocí, me vi reflejada en él y quise ayudarlo de la misma manera que usted me ayudó. ¡Su presencia en mi vida me ha hecho volver a querer luchar por la humanidad!— continuó diciendo la diosa de cabellos oscuros mientras mantenía su posición de reverencia, y su mano buscaba la mano de Rodrigo.

Rodrigo se sonrojó mientras sostenía la mano de la diosa.

Atenea se quedó en silencio por un momento.

—¡Ana, eso es fantástico!— la diosa griega se sobre emocionó enormemente. Entonces se acercó a Rodrigo a verlo.

—Felicidades, muchacho; es un buen partido. Solo invítenme a la boda, ¿quieren?—

Rodrigo estaba perplejo, esa diosa tan elegante y peligrosa estaba saltando de alegría como si fuera una niña que acababa de ver una muñeca nueva.

—¡No me refería a eso, maestra estúpida!— gritó Ana con un tono de voz más infantil y melosa. Rodrigo jamás había escuchado a Ana comportarse así.

—¿Y ya lo hicieron?— preguntó con una mirada juguetona Atenea.

—¿Tiene la cabeza hueca o qué? ¡Maestra estúpida! Es mi discípulo y soy su maestra— replicó con el mismo tono de voz Ana.

—Ay niña, si vieras lo que los maestros hacían con sus discípulos en Atenas— continuó Atenea molestando a Ana.

—¡Cállese, maestra pervertida!— gritó nuevamente Ana.

Atenea se rio, y puso su mano sobre el hombro de Ana.

—Me alegra que estés superando tu pasado, Ana. Yo siempre estaré aquí para ayudarte, jamás lo olvides—

—Gracias— respondió tímidamente Ana.

Rodrigo se dio cuenta finalmente, Ana se moría de ganas de hablar con Atenea, pero sentía que no debía; se hacía la fuerte, pero seguía viéndola como una madre.

—No creo que sea malvada o cruel como pintaban los rumores— pensó.

—Aunque nuestros caminos se separen, aunque algún día tengamos que luchar en diferentes bandos, Ana, yo estaré dispuesta a dar mi vida por ti—

—A lo mejor crees que solo yo te ayudé, pero tú me ayudaste mucho, y aunque no hubiera sido tu intención, le disté un propósito a mi vida. Eres maravillosa y tienes la capacidad de traer sonrisas al mundo; no como la diosa de la guerra que te obligaron a ser. No eres una diosa de muerte, eres una diosa de luz— dijo Atenea y en eso abrazó a Ana y a Rodrigo al mismo tiempo.

Ana comenzó a llorar, pero no estaba triste, estaba feliz. Rodrigo vio que en el rostro de la diosa griega también había una lagrimita en su ojo.

Atenea los soltó.

—Bien, será mejor que no nos veamos o Tannit seguro se pondrá enojada al verme— dijo la diosa griega mientras se separaba de Ana y Rodrigo.

—No diré nada de esto— dijo Ana con una sonrisa.

—Bien, recuerda, si me necesitas solo llámame. Estaré siempre cuidándote, Ana— dicho esto, la diosa griega se dio media vuelta y saltó al barco contiguo.

Ana volteó a ver a Rodrigo con una gran sonrisa.

—No digamos nada de esto a Tania, ¿De acuerdo?— dijo la diosa de cabellos negros.

—Soy una tumba— respondió Rodrigo.

Ambos regresaron a la parte donde Tania y Epona dormían. Afortunadamente, ninguna de las dos se despertó con el encuentro.

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