La diosa Atenea saltó de la montaña en donde se encontraba, y comenzó a caminar hacia donde yacían Ana y Rodrigo con una singular elegancia; mientras que Surtr miraba furioso e impaciente.
—¿Quién eres?— gritó el gigante.
Pero Atenea ni siquiera se dignó a responderle. Llegó donde se encontraban los dos guerreros caídos, tomó su lanza y la hizo desaparecer. Acto seguido, le dio de beber ambrosía a Ana mientras acariciaba su cabeza.
—Lo hiciste muy bien, Ana. Ahora, recupérate— le dijo la diosa griega a la diosa de cabellos oscuros.
—¿Crees que puedes venir aquí a interrumpir mi pelea?— gritó el gigante.
—Bien, entonces te decapitaré aquí mismo—
Entonces Surtr tomó su espada e intentó cortar la cabeza de Atenea, pero ésta, usando solo su dedo índice, detuvo el golpe mientras seguía dando de beber ambrosía a Ana. La espada del gigante se desquebrajó un poco ante el impacto.
—Un…un solo dedo, ¡pero no trae ni su totema! ¿Quién demonios eres?— preguntó el gigante mientras daba un paso hacia atrás sorprendido.
Ana, entonces, recuperó la conciencia y vio a su maestra.
—Maestra, ¿usted nos salvó?— preguntó sorprendida Ana mientras veía a la diosa griega ahora dándole ambrosía a Rodrigo.
—Sí, el chico gritó mi nombre y vine a ayudarlos— dijo Atenea.
Surtr seguía furioso viendo como la diosa ayudaba a quienes él iba a matar.
—¡Vamos a ver qué haces con esto!— gritó el gigante mientras preparaba su ataque especial.
—Escucha, monstruo— le gritó Atenea.
—No tengo permitido combatir contra ti, pero si me obligas a defenderme, no vas a vivir para contarlo. ¡Lárgate de mí vista en este momento!— continuó diciendo la diosa mientras que Rodrigo recuperaba la conciencia y era abrazado por Ana.
—¡Vete a Hel ahora mismo! Eldr geisl— gritó el gigante, y justo antes que pudiera lanzar su ataque, la diosa Atenea corrió debajo de él, y dándole un gancho justo al estómago, lo dobló mientras rompía con el ataque la armadura de hielos que lo cubría.
—Primera advertencia, gigantón— dijo la diosa griega mientras sacaba su puño del vientre del general de Loki. Surtr se tocaba sus entrañas mientras se doblaba de dolor y vomitaba sangre.
—Voy a ayudar a los demás, ¿de acuerdo?— dijo la diosa griega mientras caminaba pasando al gigante como si no existiera.
—Puta… te… mataré— dijo el gigante todo lleno de sangre e intentó aplastar a la diosa griega, pero ésta, con un simple saltito, lo evadió mientras éste caía al suelo boca abajo.
Atenea llegó con Tania y le dio a beber ambrosía.
—Sé que no nos tenemos en buena estima, pero al menos déjame curar tus heridas— dijo Atenea a la diosa de cabellos de fuego.
Tania, entonces, abrió los ojos y recuperó la conciencia. El brazo de la diosa, rápidamente, se volvió a unir a su cuerpo.
La diosa de cabellos de fuego saltó tratándose de alejar de la diosa griega.
—Atenea, ¿qué haces tú aquí?— gritó.
—Está de nuestro lado, Tania— le gritó Ana.
Un silencio incómodo floreció entre Atenea y Tania mientras ambas se veían con ojos desafiantes.
Tania, entonces, escupió un salivazo de sangre.
—Supongo que te debo una, entonces— dijo mientras caminaba pasando a la diosa griega y dirigiéndose a Surtr que yacía en el suelo.
El gigante se intentaba levantar laboriosamente mientras maldecía a la diosa griega.
—Así… que…uffff eres la famosa… Atenea… ufff ufff… Mi señor Loki… no tiene… asuntos… contigo…— dijo mientras trataba de ponerse de pie.
Atenea lo ignoró como si no existiera.
—¡Pero ese golpe me dolió muchísimo y no te lo perdonaré— dijo Surtr, y entonces, se envolvió en llamas y gritó: —¡Logi[1]!—
Entonces se arrojó cual bola de fuego.
Tania quedó paralizada al no poder leer el ataque, pero Atenea, la apartó inmediatamente y con una mano desnuda detuvo al gigante.
—Llévale el resto de la ambrosía a tu otra amiga, yo me ocupo de esto— dijo la diosa griega mientras le daba con una mano el néctar divino a Tania, y continuaba deteniendo a Surtr con la otra mano.
Ana y Rodrigo corrieron hacia donde estaba Tania.
—¡Rápido, hay que ayudar a Epona!— gritó Tania y los otros dos asintieron.
La diosa de cabellos oscuros volteó a ver a Atenea.
—¡Maestra, tenga cuidado!— le gritó mientras corría junto con los demás.
Atenea, entonces, puso su pierna derecha con mucha fuerza en el suelo para usarla de freno, creando un agujero en éste.
—Segunda advertencia, gigantón—
Tomó, entonces, con su otra mano al gigante y con sus dos manos lo arrojó hacia un grupo de montañas que despedazó rápidamente, y terminó chocando con la pared dimensional. El gigante explotaba en sangre.
Epona, que ya había tomado la ambrosía, miró con vergüenza a sus compañeros.
—Disculpen, fue mi culpa— dijo mientras trataba de apartarles la vista.
—No te preocupes por eso— dijo Ana mientras continuaba viendo la pelea.
El gigante, con las pocas fuerzas que le quedaban, sacó una especie de piedra con una runa dibujada en ella.
—¡Me la pagarán por esto!— dijo mientras apretaba dicha roca y esta emitía un brillo que envolvía a Surtr, y entonces, desapareció ante los ojos de todos.
—Escapó, el muy cobarde— dijo Atenea.
Tania entonces se sentó en el suelo mientras se agarraba su cabeza con fuerza.
—Así que aquí es donde debíamos morir, ¿cierto? Aquí es donde Putanat decidió que sería nuestra tumba— dijo furiosa, y en eso se quitó las manos de la cabeza y empezó a gritar como si se tratase de una leona.
El enorme poder de Tania hacía temblar la tierra y ponía el cielo de color rojo, mientras que llamas cubrían su cuerpo.
—¡Basta, Tania; no lograrás nada así!— gritó Ana.
Tania bajó la cabeza y guardó silencio nuevamente.
—Así es, Tania. Aquí hubieran muerto ustedes dos si no hubiera intervenido. Lel no sabía que yo me enteraría de este asunto— comentó Atenea.
—Dinos todo lo que sepas, maestra— dijo Ana sin tapujos.
—Son mis hermanos, ¿cierto?— preguntó Epona, palabras que parecieron sorprender a todos, menos a Atenea.
—Así es, Lel ha movilizado a los dioses celtas para derrotar a los dioses nórdicos; quienes se han interpuesto férreamente en la propagación de su religión monoteísta perfecta— dijo la diosa griega mientras se sentaba en el suelo también.
—¿Qué es lo que planean, exactamente?— preguntó Ana.
—No sé exactamente cuándo o cómo pasó, pero parece que una eloah[2] asesinó al dios Odín— dijo Atenea.
Todos se mostraron sorprendidos.
—Entonces Anat mandó a llamar a los dioses celtas y le decidió entregarles Yggdrasil, con la condición de que se cristianizaran los países nórdicos. En estos momentos, los dioses nórdicos se encuentran encerrados sin poder usar sus puentes Bifrost para comunicarse con la tierra u otros lados— dijo Atenea mientras miraba hacia el cielo.
Todos seguían guardando silencio.
—Esa misma eloah que asesinó a Odín, también liberó a Loki, diciéndole que, simplemente su misión era matarlas a ustedes y si lo hacía, lo nombraría el anunnaki de los dioses nórdicos—
—Lo que él no sabe, es que mañana, un escuadrón de dioses celtas se dirigirá acá para asesinarle de todas formas. Y el pretexto sería simple, vengarlas a ustedes y además estarían conmovidos por la muerte de su pequeña hermana, Epona— continuó diciendo Atenea.
—Al mismo tiempo que los dioses celtas planean someter a Asgard desde dentro. Gracias a esta diosa, los dioses celtas pudieron viajar entre dimensiones y establecerse en el trono de Asgard, y las probabilidades que algún dios, incluido Thor o Tyr[3] pudiesen hacerle un solo daño, es casi nula— concluyó.
—Ep, ¿tú sabias de esto?— preguntó Rodrigo.
—No— dijo la diosa de los caballos, —pero mis hermanos me hablaron de la misión y me asignaron la comisión de buscar a Ana para cumplirla—
—Cuando pregunté por qué no podría hacerla Taranis[4] o Belisama[5], dioses mucho más poderosos que yo, simplemente me dijeron que ellos se preparaban para luchar contra un enemigo muy fuerte en estos momentos—
—Ahora, todo esto ha tenido sentido para mí— concluyó la diosa rubia.
—Ahora que lo pienso, a pesar de que entramos a los territorios francos, Toutatis, el grigori celta, jamás nos recibió— dijo Tania con cara de interrogante.
—Claro, yo aproveché a entrar a dichos territorios porque sabía que Toutatis no se encontraba vigilándolos— contestó la diosa griega.
—Él, junto con los dioses celtas, se encuentran preparando para asesinar a Loki—
—Pero sin totemas, no habrá forma que podamos ganar— dijo pesimista Tania.
—Una basura como ese gigante casi me mata… es tan humillante— continuaba diciendo mientras golpeaba el suelo.
—Hay que tener fe en Anpiel— dijo Ana.
—Ya son casi quince días, Ana. Seguro está crucificado en estos momentos frente la ventana de Putanat— dijo rabiosa la diosa de cabellos de fuego.
—Creo que están de suerte— dijo Atenea.
—Escuché que justo hoy hubo una gran conmoción en el almacén de totemas en Lel—
—No sé qué o quién lo provocó, pero pudiera ser que fuera su malak; aunque claro, las probabilidades que un simple ángel lograse evadir las defensas de Lel con totemas robados y regresar a la tierra, son literalmente nulas— dijo Atenea mientras se levantaba y se limpiaba el polvo.
—¡Fue Anpiel!— gritó Ana.
—Espero que así sea— replicó Epona.
Tania y Rodrigo asintieron.
Atenea, entonces, se dio media vuelta para retirarse.
—¿Y qué harás tú, maestra?— preguntó Ana.
—Cumplí mi promesa de ayudarlas, pero no puedo hacer más por ustedes y este asunto es poco importante para mí organización. Ese idiota de Horus seguro me reprenderá por escaparme para estos asuntos personales— comentó Atenea.
—Espera, maestra— dijo Ana mientras corría hacia la diosa griega.
—Déjame unirme a tu grupo, ¡por favor!— interrumpió Ana a la diosa de cabellos castaños inclinándose hacia ella.
—¡Ana!— gritó Tania.
—¡Al demonio Lel! No voy a trabajar para un montón de dioses burocráticos que me quieren muerta, e invaden otros reinos por el capricho de una estúpida religión que solo está causando tanto dolor al mundo—
—Aunque no comparto la visión cínica de la humanidad de mi maestra, al menos entiendo que ella pretende ayudarlos a su manera— dijo la diosa de cabello oscuro.
—Entonces, yo también me uniré— dijo Rodrigo.
Epona y Tania miraban con incertidumbre.
Atenea sonrió, pero rápidamente puso su mirada seria.
—Epona, Tania, no pretendo hacerlas cambiar de idea, pero quisiera que escucharan lo último que les tengo que decir. Es sobre El— dijo la diosa griega mientras dirigía su mirada hacia las dos diosas.
—El está muerto también y alguien lo ha suplantado— dijo Atenea mientras que las dos diosas la veían con ojos de enojo y sorpresa.
—¿Qué quieres decir?— preguntó Tania.
—Esto no es algo que pasó hace poco, fue muchísimo antes. No sé exactamente cuándo o cómo sucedió, pero sospecho que es en el momento que El dejó de hacer apariciones públicas— dijo Atenea.
—Pero, ya sea que él llegase a la conclusión de la religión monoteísta o no, lo cierto es que quien está en ese trono en estos momentos es la persona que los humanos llaman YHWH o Alá, y él es quien se está beneficiando con las masacres y muertes de dichas religiones tan intolerantes— continuó diciendo la diosa griega.
Rodrigo nuevamente se sintió incómodo. Ya se hacía a la idea que existían dioses; pero si existía un verdadero Dios, debía estar arriba de todos ellos. Y ahora, ¿Atenea decía que Dios era el malvado?
—Seguro Alá es el usurpador— pensó Rodrigo y se lo guardó para él.
—El monoteísmo parecía una buena solución para arreglar nuestros problemas, pero también es prácticamente intolerante—
—Muchos humanos que me adoraban a mí también adoraban a dioses como Isis y Mitras que eran de otros panteones; entre los humanos existía una mayor integración. Los mismos romanos adoptaron varios dioses celtas como tú, Epona— explicó Atenea.
—Sí, muchos romanos me adoraban, especialmente en Galia y Britania, y nunca realmente me estresó que adorasen a alguien más además de mí— explicó Epona.
—Así es— continuó explicando Atenea.
—Y si se hubiera seguido ese camino, los humanos hubieran continuado sus luchas sin usarnos a nosotros como motores de conflictos—
—Pero ahora, literalmente, ellos están asesinando, usando la fe hacia un solo dios. Todas esas guerras santas están favoreciendo a una sola persona. Lel nos había dicho que ese dios no existe, pero ¿y sí existe?— concluyó Atenea su historia.
Hubo un silencio incómodo entre todos.
—Tannit, dime…— intentó decir Atenea, pero Tania la interrumpió.
—Tania, llámame, Tania— dijo la diosa de fuego de manera molesta.
—Perdón, Tania. ¿Estás muy tranquila con esto a pesar de que eres la hija más pequeña de El?— continuó preguntando Atenea.
Un silencio incómodo ocurrió en el grupo. Rodrigo estaba sorprendido.
—¿Era realmente Tania la hija de Dios? ¿Cómo era posible eso?— se preguntaba a si mismo de manera nerviosa.
—Me sorprende que supieras eso, pero yo nunca conocí a mi padre ni jamás lo he visto. No tiene ninguna importancia para mí. Yo soy una soldado, yo lucho por lo que me digan que debo luchar y no me importan los humanos ni lo que suceda aquí—
—No me importa si El es mi padre o hubiera sido asesinado, sea verdadero o no, yo soy su perra y cumplo sus órdenes, ¿De acuerdo?— concluyó la diosa de fuego.
—Tania, deja de mentirte con eso— dijo Ana.
—¡¿Qué sabes tú?!— le gritó Tania.
—Vi tu sonrisa cuándo liberaste a los esclavos. Vi que ya no portabas el collar que tanto te gustaba; supuse que lo usaste para liberarlos. Diste uno de tus mayores tesoros para salvar personas desafortunadas—
—Sé por qué Lel te odia y te llaman cobarde a pesar de haber sido una de las diosas más fuertes que le han servido—
—Sé que decidiste entregar a tu civilización porque te horrorizaron sus sacrificios de niños. Sé que no puedes regresar ante los tuyos—
—Sé que lloras y gritas en la noche por esos traumas. ¡Amas a la humanidad como yo!— respondió Ana con la voz alzada.
—¡Cállate!— gritó Tania mientras caía rendida al suelo de rodillas, y golpeaba el piso con tal intensidad que creaba agujeros en éste.
—Cállate…— continuaba gritando Tania hasta que su voz empezó a escucharse hueca y comenzó a sollozar.
Ana se acercó a la diosa de fuego y la abrazó.
—Todas cargamos algo aquí, Tania. Déjame ayudarte, por favor— dijo la diosa irlandesa.
—No eres una soldado, eres una diosa que ama la humanidad. Deja atrás ese pasado ya, Tania— insistía la diosa pecosa.
—Bueno, supongo que, si no acepto, terminaré muerta en una zanja; y dado que mis hermanos me usaron de sacrificio, creo que no tengo otra opción— dijo Epona resignada.
—Déjenme pensarlo, ¿de acuerdo?— dijo Tania mientras continuaba sollozando.
—De acuerdo— dijo Atenea. Y yo los protegeré mientras no tengan sus totemas.
[1] —Incendio— en noruego.
[2] Singular a elohim.
[3] Dios de la guerra nórdico.
[4] Dios del trueno celta.
[5] Diosa de la guerra celta.