Después de dos horas de viaje, Rodrigo y las diosas finalmente habían llegado a la ciudad de Aros, la cual estaba sitiada por los hombres de Sweyn.
Flechas llovían en el cielo, fuego arrasaba el campo a pesar de que el frío empezaba a castigar el cuerpo de las personas, y había varios cadáveres en el suelo atravesados con lanzas y flechas. Ellos veían la masacre desde la parte superior de una colina.
La ciudad de Aros estaba protegida por una muralla hecha aún de maderos y troncos, muy diferente a las murallas que existían en las ciudades europeas. Desde aquí, arqueros hacían llover flechas para detener a los hombres de Sweyn, quienes se encontraban en las afueras.
Generalmente, los asedios son aburridos. La mayoría de los soldados enemigos se sientan alrededor de la ciudad cortando suministros, mientras el pueblo empieza a padecer hambre y enfermedades. Sin embargo, Sweyn, aconsejado por Loki, estaba desesperado por ganar.
Muchos enemigos del príncipe no eran asesinados en el campo de batalla, eran capturados y ahorcados cerca de su campamento. Se podían ver varios árboles con cadáveres colgando con moscas y cuervos revoloteando sobre estos.
El príncipe lucía imponente vestido de general vikingo, con un casco metálico plateado que le cubría sus ojos; además portaba una cota de malla y una capa púrpura, las cuales eran difíciles de conseguir, ya que estas venían desde la ciudad de Constantinopla, en el Imperio Romano de Oriente.
A su lado, varios vikingos con armaduras similares a la de él. Además de la capa, en el casco del príncipe se podían verse unos detalles de dos alas, como imponiendo su superioridad.
Detrás del príncipe, se encontraba un hombre en hábitos grisáceos montado en un caballo negro.
—Bien, hemos llegado— dijo Atenea.
—Sin embargo, yo no intervendré en esta pelea, solo les pido que no maten a Loki, déjenme hablar con él antes— continuó diciendo la diosa griega.
—¿Por qué no luchará, maestra?— preguntó Ana.
—Quiero ver su potencial de pelea, ¿me entienden?— continuó diciendo Atenea.
—Yo no tengo problemas, solo quiero encontrar a ese gigante y matarlo— dijo Tania.
—Trataré de no defraudarlas esta vez— respondió Epona.
Ana volteó a ver a Rodrigo.
—Rui, quédate con Atenea, nosotras nos encargaremos de esto— le dijo con mirada de preocupación.
—Lucharé también— respondió Rodrigo.
—Rui, tú no portas ningún totema, no puedo dejarte luchar— dijo enojada Ana.
La diosa pecosa lo veía con una mirada de enojo mientras trataba de evitar que Rodrigo luchase. El joven se sintió mal al recordar que Ana casi sacrifica su vida por él.
—Déjalo luchar— dijo Atenea.
—¡No puedo, maestra!— respondió enojada Ana.
—Ana, si no lucho, jamás sabré cual es mi límite y no podré protegerte en un futuro. Además; no eres la única enojada— respondió Rodrigo con una mirada decidida.
—Él no va a morir, Ana. Deja de ser sobreprotectora— dijo Tania.
—¿No confías en Rodrigo?, Ana— preguntó Epona.
Ana seguía con una cara enojada y le dio la espalda a Rodrigo.
—Haz lo que quieras— dijo y bajó la colina.
Atenea se bajó del caballo y usando sus habilidades mágicas, hizo aparecer una mesa, una silla y vino.
—Bueno, mucha suerte, chicos. Yo veré la pelea desde aquí— dijo la diosa griega con una sonrisa mientras se sentaba.
—Bien, vamos— dijo Tania.
Rodrigo y Epona asintieron.
Los cuatro bajaron la colina y empezaron a buscar donde pudiera estar Loki, pero sin suerte. El dios había ocultado su poder divino y podría lucir como cualquier otro humano.
Cadáveres, gente mal herida, cabezas decapitadas. El olor a muerte era terrible. Rodrigo sintió asco al recordar su pueblo natal.
—¿Es esto lo único que los humanos sabemos hacer?— se preguntó.
Un grupo de guardias vieron a Rodrigo y compañía. Sacaron sus armas y se pusieron en posición de ataque.
—¿Qué asuntos tienen aquí?— preguntaron.
Pero ellos no sabían danés, no podían responder.
—Seguro son espías del Römisches Reich. ¡Mátenlos!— gritó otro.
Y los soldados, entonces, se lanzaron a atacarles, cuando de repente, una voz los detuvo. Era un hombre en un hábito grisáceo sobre un caballo negro.
—Tengo asuntos que hablar con estos chicos. Retírense— dijo el hombre y los soldados asintieron.
—¿Eres Loki?— preguntó Tania.
—Y ustedes deben ser las señoritas Tannit, Morrigan, Epona y… ¿Quién es ese muchacho?— preguntó Loki.
—No hemos venido a hablar— dijo enojada Tania.
—Ayer uno de tus hombres masacró a decenas de personas y hemos venido a cobrar venganza por ello— respondió.
—Ya me he encargado de educar a ese jotun, pero lo hecho, hecho está— dijo el dios de la mentira.
—Ahora, dices que no vienen a hablar, ¿qué asunto desean conmigo entonces? ¿arrestarme?— continuó.
—Eso no te incumbe— dijo enojada la diosa de cabellos de fuego.
Loki empezó a reír.
—Así que siguen trabajando para un gobierno que los traicionó, ¿o acaso hicieron ahora alianza con Atenea al saber de ello? Si llevo sus cabezas a Anat, seguro me recompensará— dijo Loki divertido.
Tania entonces se bajó de su caballo.
—¿Dónde está el gigante de ayer? Tengo asuntos pendientes con él— dijo la diosa mientras se echaba el cabello hacia atrás.
Loki de nuevo rio.
—No lo entiendo, si trabajan ahora con Atenea, ¿para qué quieren enfrentarse a mí? ¿Qué ganarán con ello?— continuó el dios malvado preguntando.
Tania sacó entonces su totema y se lo mostró a Loki.
—¡Imposible!, ¿Cómo lo conseguiste?— preguntó Loki asustado.
—No, esta vez no será como ayer. Hoy vamos a destruirlos— dijo furiosa Tania.
Rodrigo y los demás asintieron.
—Bien, pero tengo asuntos aún pendientes, y una pelea cuerpo a cuerpo con ustedes no me interesa— dijo Loki mientras sacaba una dimensión de bolsillo.
—Ahora, si me disculpan, debo de retirarme—
Entonces, el dios malvado soltó su dimensión y todo el campo de batalla quedó encerrado en una dimensión alterna; todos los soldados quedaron congelados en el tiempo.
Ana le lanzó un ataque a Loki, pero éste se teletransportó fuera de su vista mientras dejaba escuchar su risa.
En ese momento, los hombres de Loki que se mantenían bajo capucha empezaron a aparecer encerrando a Rodrigo y compañía. Eran cientos de ellos.
Los hombres se quitaron sus hábitos y lucían como hombres bastante altos, arriba de los dos metros. Algunos con piel azulada y cabellos blancos, otros con piel roja y cabellos negros. Tenían hermosos rostros, pero sus cuerpos eran grandes y poderosos.
Los hombres empezaron a golpear el suelo creando ataques de hielo y fuego que los dioses evadieron. Eran jotun que Loki había traído como guardaespaldas personales.
—¿Piensas detenernos con esta basura?— gritó Tania al desaparecido Loki.
—Veamos si ganan el honor de luchar contra mí— dijo el dios de la mentira mientras su cuerpo seguía sin verse.
—Les daré diez segundos—
Tania sacó sus garras de fuego, Ana su espada y Epona se puso en modo de combate. Las tres se lanzaron hacia los hombres.
Tania usando sus garras, despedazaba a varios de un solo ataque; Ana decapitaba y cortaba por su parte a muchos también; Epona usando sus puños y patadas los destruía.
Rodrigo se quedó sorprendido al ver el poder de las diosas.
—Cinco segundos y sin totemas— dijo Tania mientras cientos de jotun yacían muertos en el suelo.
—¡No nos subestimes!— gritaron Ana y Epona.
Loki continuó riendo.
—Felicidades chicas, han pasado a la fase dos: Combates individuales— contestó el dios oscuro.
En ese momento, debajo de Tania y Ana aparecieron unos círculos de luz con una runa dibujada, y sin que pudieran hacer algo, se teletransportaron fuera de ahí. Rodrigo se quedó solo con Epona.
—Ustedes son los más débiles, ¿cierto? Ustedes serán mi sacrificio principal— se escuchó la voz del dios de la mentira.
En eso, un gigantesco círculo apareció en el aire y una serpiente monstruosa empezó a salir de ahí.
—Mi hijo Jormundgander les quiere dar la bienvenida, espero que se lleven bien con él— se oyó la voz de Loki decirlo riendo.
Epona quedó en shock por un momento.
—¡Es… es… un tannin!— gritó la diosa de los caballos.
—¿A qué te refieres?— preguntó Rodrigo.
—Son dioses, seres y monstruos serpentinos que controlan el poder de la muerte, y su veneno es capaz de matar a los dioses— continuó perpleja viendo a esa grotesca criatura salir violentamente por el agujero.
Era tan grande que, aunque aún la mayoría de su cuerpo seguía dentro del portal, toda la enorme extensión de su ser fuera ya había abarcado varios kilómetros de distancia.
Era una serpiente roja con cuernos y parecía tener unas pequeñas y grotescas garras. Sus ojos eran amarillos y monstruosos; y de su boca goteaba un líquido morado que quemaba el suelo como si fuese ácido.
Rodrigo, entonces, recordó que Anpiel le había hablado de dichas criaturas al respecto. Él no esperaba ver uno realmente porque sonaba como si fueran seres legendarios, pero ahí había uno, tan grande que Rodrigo no podía ni imaginar el tamaño que tendría realmente.
Epona estaba aterrada, sus piernas temblaban de miedo y sus ojos estaban casi blancos.
—Solo un Júpiter puede luchar contra estos monstruos— decía muerta de miedo.
—¿Cuánto tardarán sus amigas para rescatarlos? Cuándo aparezcan, ¿habrán sido ya alimento de mi hermoso hijo? Es hora de hacer apuestas— dijo el dios nórdico.
—Voy a defender a Ep y lucharé contra esta bestia, aunque me cueste la vida— pensó Rodrigo mientras se preparaba para luchar.