Momentos antes, mientras Tania y Ana estaban aún peleando contra Surtr y Fenrir.
Rodrigo y Epona veían con ojos de preocupación a la gigante serpiente Jormundgander moviéndose hacia ellos con su boca abierta, mientras goteaba veneno de ésta.
Epona elevó sus alas de energía y las formas de ellas se veían como dos caballos en pie. Eran de color azul como el fuego del gas, y ambas tenían ojos rojos.
—¡Atrás, Rodrigo! ¡Lo golpearé, y cuando te diga, lo rematas!— gritó Epona mientras saltaba hacia el enorme reptil.
—Ép bóithl[1]— gritó la diosa y golpeó la cabeza de la serpiente en su quijada, haciendo que ésta se arqueara de lado. Epona voló hacia la serpiente y continuó golpeándola por ambos lados sin darle espacio para defenderse. Finalmente, Epona se puso debajo de su quijada y le dio un fortísimo gancho, haciendo que la cabeza de la serpiente cayera de espaldas al suelo.
—¡Ahora, Rodrigo!— gritó Epona.
Rodrigo se lanzó con una enorme bola de energía con su puño y golpeó la cabeza de la serpiente, creando una onda de choque. El poder de Rodrigo parecía dañar más al monstruo. El muchacho saltó hacia atrás para alejarse del reptil.
—Bien, Rodrigo. Tus ataques le deben doler más porque eres un Venus. Controlas la debilidad de estos monstruos— dijo la diosa de los caballos.
Pero la serpiente se levantó nuevamente. Chillaba de manera furiosa y volvía a abrir su mandíbula goteando ácido.
Jormundgander lanzó su cabeza hacia ellos y la volvieron a evadir, al mismo tiempo que ésta se estrellaba en el piso.
Mientras la serpiente tenía su cabeza en el suelo, Rodrigo y Epona lo golpearon con enorme fuerza uno a cada lado, haciendo que el reptil chillara de dolor. Rápido, ambos se alejaron de ella.
La serpiente se levantó nuevamente y continuaba chillando y chillando. De repente, ésta abrió la boca y emanó un espeso gas venenoso.
—¡No lo toques, Rodrigo!— gritó la diosa mientras volaba hacia atrás huyendo del gas venenoso.
Rodrigo también saltó rápidamente para evitar el veneno. Pero la serpiente lanzó su cabeza hacia Epona y la golpeó con fuerza.
La diosa rubia cayó de espaldas al suelo y Jormundgander aprovechó para intentar morderla. Inmediatamente, Rodrigo corrió hacia ella y la quitó de en medio; salvándola de ser atacada por el monstruo.
—Gracias, Rodrigo— dijo Epona, mientras la serpiente seguía viéndolos con su mandíbula abierta goteando veneno y emanando gas venenoso.
—Esto es muy peligroso— dijo Epona a Rodrigo.
—Además, parece que no le hemos hecho ningún daño a su icor—
La serpiente volvió a intentar hacer lo mismo, pero esta vez, Epona saltó muy alto sobre la cabeza de ésta y la pateó con todo su poder, gritando: —Ép ádhvóithl[2]—
La cabeza del reptil cayó como un meteorito al suelo en el área donde había emanado su gas venenoso.
Rodrigo cargó su poder y disparó una lluvia de estrellas de su mano, gritando: —Raios de luz—
Los disparos golpearon a la serpiente mientras ésta siseaba agresivamente. Los ataques de Rodrigo, aunque contaban con poco poder divino, eran muy efectivos para dañar a Jormundgander.
Cuando finalmente se disipó el gas venenoso, Epona cayó del cielo como si fuera una flecha y pateó con enorme fuerza al reptil gigante, estrellándolo con el suelo y provocando un enorme agujero en la tierra.
La diosa voló entonces hacia Rodrigo, pero Jormundgander volvía a incorporarse como si nada hubiera pasado.
—Nada, sigue casi intacta— dijo Epona frustrada. —Odio ser tan débil—
La diosa, entonces, empezó a incrementar su poder divino mientras emanaba luz de su cuerpo, al mismo tiempo que gritaba: —Iccona Loiminna[3]—
Cuando la luz cedió, Epona se había convertido en una yegua blanca con ojos rojos y melena dorada. Rodrigo quedó sorprendido, más cuando ésta comenzó a hablar.
—Pondré toda mi fuerza en este ataque, Rodrigo. Si no puedo lastimarla, no tendremos otra esperanza más que esperar que las chicas vengan a ayudarnos— dijo la hermosa yegua mientras brillaba como si fuese una luna llena.
Epona gritó: —Ép tascip[4]— y se lanzó hacia la gigantesca serpiente como un cometa luminoso estrellándose en el cuello de ésta. La serpiente chilló, levantó su cuerpo hacia el cielo y volvió a caer al suelo.
Epona, aun volando, volvió a dispararse como un cometa hacia Jormundgander y lo golpeó en la parte superior de su cabeza, haciendo que se estrellase en el suelo nuevamente. Epona volvía a volar y estrellarse hacia la cabeza de la serpiente una y otra vez, provocando terremotos y abriendo el suelo a la mitad.
Sin embargo, la diosa de los caballos estaba usando un exceso de manná y comenzó a cansarse. Entonces, Jormundgander usó parte de su cuerpo para golpear a Epona, la cual seguía estando convertida en yegua, y la tumbó al suelo.
Mientras la diosa se intentaba incorporar, la serpiente vomitó gas venenoso nuevamente hacia ella, quién se vio atrapada en el ataque. En ese momento, Rodrigo se arrojó hacia la diosa de los caballos y la quitó de en medio, quedándose dentro de la nube de gas.
—¡No, Rodrigo! ¡Sal de ahí!— gritó Epona mientras volvía a su forma original al haber usado tanto manná con su transformación.
Pero Rodrigo quedó atrapado en el veneno sin poder salir. El gas empezó a hacerlo retorcerse y le causaba una infinidad de dolor en su cuerpo.
—Uno menos— se escuchó la voz de Loki a lo lejos.
—Mata a la igigi ahora, hijo mío— gritó imperativamente a Jormundgander.
Epona, desesperada, trató de patear a la serpiente nuevamente, pero al estar su manná tan bajo, la serpiente la golpeó con un cabezazo y la estrelló al suelo, creando un gigantesco cráter.
—Mis piernas, ¡no siento mis piernas!— gritó horrorizada Epona al darse cuenta de que éstas estaban rotas, y su cuerpo no se estaba recuperando.
Su icor se había casi agotado. Epona empezó a tiritar de miedo mientras veía sobre ella la cabeza de la serpiente goteando veneno.
Jormundgander se arrojó hacia la diosa con la boca abierta tratando de morderla con sus colmillos llenos de veneno. Pero antes que pudiera hacerlo, Rodrigo apareció y se puso como escudo ante el monstruo, siendo él atravesado por uno de sus colmillos.
En ese momento, tanto Ana como Tania llegaron al área de combate.
—¡No, Rodrigo!, ¡No!— gritó horrorizada Tania.
—¡Rui!— gritó Ana mientras volaba hacia Rodrigo. Pero la serpiente emanó una espesa nube de gas venenoso de su boca, lo que provocó que Ana se hiciera hacia atrás.
Rodrigo había consumido mucho veneno, y además, había sido mordido por el colmillo venenoso de Jormundgander. Es obvio que moriría inmediatamente.
Ana comenzó a llorar y gritar: —¡Rui!, ¡Rui!— y en su desesperación, se intentó lanzar hacia el gas venenoso, pero en ese momento, Atenea apareció y la tomó del brazo.
—No dejaré que eches tu vida por un capricho, Ana— le dijo la diosa griega.
—¡Suéltame, Atenea! ¡Suéltame, carajo!— gritó Ana con ojos inyectados de sangre e ira mientras veía a su maestra de manera desafiante.
—¡Si no me sueltas, te mato!— gritó la diosa de cabello oscuro.
Pero Atenea seguía sosteniendo el brazo de Ana con fuerza.
En ese momento, al empezarse a disipar el gas venenoso, Rodrigo se encontraba abrazando la cabeza de Jormundgander, y con un horrible grito, la levantó y la estrelló al suelo; mientras que el colmillo, con el cual lo había empalado, se quebró.
Rodrigo gritó de dolor y se arrancó el canino venenoso de su cuerpo.
—¿Cómo demonios sigue vivo?— gritó Loki.
Tania se quedó pasmada al recordar haber visto los ojos de ira de Rodrigo cuando estaba entrenando con él; era como si hubiera perdido la conciencia y estuviese loco.
Sin embargo, ahora, los ojos verdes del muchacho se veían como los de una serpiente. Su piel se había vuelto pálida y lucía encorvado y tenebroso. Rodrigo había perdido la conciencia y parecía absorber el veneno.
—No las culpo— dijo Atenea, —y es normal que no se hubieran dado cuenta de su esencia, ya que jamás han enfrentado a un tannin. Pero ese compañero suyo, es un ser serpiente; y no solo eso, un ser serpiente que puede usar poderes divinos como un Venus—
—Es una completa anomalía que no había visto desde hace varios siglos, y será completamente mío— dijo la diosa griega con una sonrisa de emoción.
—No, no podemos dejar vivir a Rodrigo. ¡Habrá que matarlo!— dijo Tania con una mirada llena de miedo.
Ana no sabía que decir, su conciencia sentía que se disipaba. Sí, ella era la mentora de ese chico, pero ahora ese muchacho resultó ser un monstruo que debía ser asesinado. Sentía un nudo en la garganta.
Epona negó con su cabeza y gritó: —¡Él me salvó varias veces, no dejaré que lo maten!—
Tania se mordía los labios al ver esa grotesca imagen de Rodrigo perdiendo su conciencia, y absorbiendo el veneno de Jormundgander; mientras éste se levantaba nuevamente. La diosa de fuego, entonces, sacó su garra ardiente para intentar atacar a Rodrigo.
—No, no permitiré que lo maten— dijo Atenea y puso su lanza en el cuello de Tania.
—Si lo intentas, te mataré aquí mismo— dijo la diosa con una mirada desafiante hacia la diosa de cabellos de fuego.
[1] —Golpe de caballo— en gaélico.
[2] —Patada de caballo— en gaélico.
[3] Título de la diosa Epona en los territorios lusitanos.
[4] —Asalto de caballo— en gaélico.