Rodrigo, quien continuaba encorvado viendo con ojos desafiantes a Jormundgander, siseaba mientras que espuma salía de su boca. Las pupilas de sus ojos tomaban la forma de una delgada línea.
—¿Quién determinó que los tannin son malvados?— preguntó Atenea mientras continuaba acercando su lanza en el cuello de Tania.
—¿Acaso quieres matar a alguien solo por haber nacido diferente a ti?— preguntó de nuevo la diosa griega.
—Bien, ¿sabes que los tannin se sublevaron y lucharon contra El por la supremacía del mundo divino?— dijo enojada Tania.
—Son seres que solo desean destruir y matar a inocentes; sus habilidades de muerte han traído tristeza y dolor a la vida misma— continuó la diosa de cabellos de fuego gritando a Atenea.
Ana se mordía los labios sin poder decir absolutamente nada, mientras veía a Tania y Atenea discutir. La diosa griega ya había soltado su brazo.
—¿Y alguna vez escuchaste la versión de ellos? ¿Conviviste con ellos? ¿Sabías cómo se sentían?— preguntó la diosa griega.
—Yo maté a varios de ellos en mi vida, por ejemplo, un grupo de tannin que se hacían llamar Gigantes atacaron el Olimpo. Uno de ellos, llamado Encélado, fue asesinado por mí cuando lo aplasté con una isla—comentó Atenea.
—¿Alguna vez luchaste con ellos o solo te dijeron que debías odiarlos?— continuó diciendo la diosa.
—¿Matarías a un amigo tuyo solo por ser… ‘diferente’?—
Tania guardó silencio sin saber qué decirle.
Al mismo tiempo, Rodrigo se lanzaba hacia la cara de la gigantesca serpiente, y con sus puños inyectados de energía blanca, comenzó a golpearla varias veces, haciendo que Jormundgander retrocediera lentamente.
El gigantesco monstruo serpentino intentó clavar a Rodrigo con uno de sus cuernos, pero este lo tomó y lo partió; mientras daba un golpe fortísimo al hijo de Loki, haciendo que su cabeza cayese al suelo nuevamente.
—¿Cómo puede existir un tannin que use poderes sagrados? ¡Eso no se había visto!— gritaba Loki furioso.
—En estos momentos, aún sin conciencia, Rui lucha por nosotras— dijo Ana de manera tímida.
—Yo creo en Rodrigo también, Ana— dijo Epona mientras se volvía a poner de pie con dificultad.
Tania siguió guardando silencio y trató de apartarles la vista.
—Antiguamente, antes que El se sentara en el trono de Lel y se autodenominara el ‘Rey de los Dioses’, los tannin y otras deidades vivían en armonía en sus respectivos panteones— dijo Atenea.
—La única forma de limar diferencias es convivir con ellos y conocerlos. No dejes que las tonterías que te dijeron tus superiores influyan tus decisiones. Aprende a tomar las tuyas propias, ¿me entiendes?— dijo la diosa griega mientras le quitaba la lanza de su cuello.
Tania cruzó los brazos e hizo un puchero con su cara apartándoles la vista a las diosas.
—Hagan lo que quieran— dijo, —pero al primer descalabro, yo me encargaré de él—
En ese momento, un carámbano de hielo salió disparado hacia Rodrigo. Ana lo detectó prontamente y lo desvió con su espada legendaria.
—No seas un mal perdedor, Loki, y muéstrate; maldito cobarde— gritó furiosa la diosa pecosa.
Rodrigo, juntando sus dos puños, golpeó aplastando la cabeza del monstruo y ésta cayó al suelo vomitando sangre y veneno. Cada vez le costaba más trabajo levantarse.
Del cuerpo de Jormundgander, más gas venenoso empezó a salir, obligando a las diosas a retroceder. Rodrigo, sin problemas, entraba entre ese gas y continuaba golpeando a la serpiente con sus puños emanando luz blanca.
El hijo de Loki, al ver que no podía ganar, trató de lanzar su gas venenoso hacia Ana, quien era la que se encontraba más cerca de la pelea; pero Rodrigo golpeó el hocico del monstruo desde arriba con tal fuerza, que obligó a la serpiente a cerrarlo y tragarse su propio gas.
La enorme serpiente comenzó a balancearse y cayó rendida al suelo causando un temblor al caer. Rodrigo aterrizaba en el suelo también, mientras gritaba como si fuese un animal salvaje que hubiese matado a una presa.
—Rui, ¿Estás bien?— preguntó Ana intentándose acercar a Rodrigo mientras que éste la veía con ojos de incertidumbre.
Rodrigo, entonces, vomitó sangre y cayó desmayado al suelo. Ana intentó correr hacia él, pero Atenea la detuvo.
—Su sangre en estos momentos es venenosa, ¡no lo toques!— le gritó.
Rodrigo cayó al suelo y sus aspectos serpentinos empezaron a ceder. Su respiración era pesada y su temperatura empezó a subir mucho.
—Su cuerpo no está acostumbrado a eso— dijo la diosa Atenea mientras seguía deteniendo a Ana.
—Hay qué hacer algo entonces— dijo la diosa de cabello negro.
Entonces, Atenea se acercó a Rodrigo, lo tomó con sus brazos y le dio un poco de ambrosía. Rodrigo volvió en si tosiendo.
—¿Recuerdas lo que pasó?— le preguntó la diosa griega a Rodrigo. El muchacho veía hacia todos lados como si no hubiera sabido qué había sucedido.
—No puedo recordar qué sucedió después que quedé atrapado en el gas de esa serpiente— dijo Rodrigo mientras se ponía una mano en la cara.
—Rui, ¿estás bien?— preguntó Ana mientras se acercaba a Rodrigo.
—Está bien, su sangre ya ha vuelto a la normalidad— dijo Atenea.
—¿Qué pasó?— preguntó Rodrigo mientras Epona se acercaba también. Tania mantenía su distancia.
Ana intentó hablar, pero Atenea habló sobre ella.
—Derrotaste a ese monstruo con un poder oculto, pero necesitas entrenarlo— le dijo la diosa griega.
—Estuviste increíble, Rui— dijo Ana.
—Y me salvaste la vida, Rodrigo. Muchas gracias— dijo Epona.
—Me alegra saber que al final resulté de utilidad y pude ayudarlas— dijo Rodrigo con una sonrisa.
Las diosas, a excepción de Tania, le regresaron la sonrisa.
En ese momento, Loki apareció frente a Rodrigo y los demás. Seguía cubierto con su túnica grisácea y no se le podía ver su rostro.
—Malditos niños, no puedo creer que hubieran derrotado a mis hombres. Tendré que arriesgar mi vida en matar al menos a uno de ustedes— dijo furioso el dios nórdico.
Atenea se sentó en el suelo entonces.
—¿Qué ganas peleando contra nosotros? ¿Acaso sigues órdenes en Lel?— preguntó.
—Eso no te concierne— respondió el dios.
—¿Y sabes que dioses celtas vendrán por tu cabeza?— volvió a preguntar la diosa griega.
—¡Eso no les concierne!— dijo irritado Loki.
—Ya que no pude sacrificarlos, tendré al menos que matar a uno de ustedes para lograr mi plan, así que adelante, vengan todos contra mí— continuó diciendo el dios nórdico.
—Yo seré tu oponente— dijo Tania dando un paso al frente.
—De acuerdo— respondió Loki mientras se quitaba su hábito gris.
Era un hombre de cabellos oscuros y ojos color violeta, tenía una pequeña barba de chivo. Portaba un casco morado con negro que le cubría sus ojos con dos cuernos enormes como de macho cabrío, una capa oscura amarrada a sus hombros con un broche que tenía la runa: ‘ᛚ’; mientras vestía una armadura vikinga negra con violeta, una falda negra y unas botas oscuras con pliegues marrón.
—Tú serás mi sacrificio entonces— dijo el dios Loki sonriendo.
Tania, entonces, preparó sus garras y se arrojó hacia Loki, pero éste hizo unos movimientos de manos y gritó: —Fimbul-vetr[1]—
Y en instantes, la diosa se vio atrapada en una gigantesca estalagmita de hielo.
—Una menos— dijo Loki.
[1] —Nevada terrible— en noruego.