1-10. Barcelona

Pasaron dos días desde la reunión en casa de Tania. Finalmente, había llegado el día para partir hacia Normandía.

Anpiel y Epona tocaron temprano la campanita de la caverna de Tania; donde Ana, Tania y Rodrigo ya estaban listos.

—Bueno, llevaremos aquí lo necesario y nos abasteceremos en Barcelona para un viaje de seis días hasta Caen, la capital de Normandía— dijo Tania.

—En Caen, tomaremos un barco que nos llevará a Jutlandia; es un viaje de más de siete días en mar hasta allá— continuó explicando Tania.

—Si tan solo pudiéramos volar, llegaríamos en segundos hasta allá— dijo suspirando Ana de manera aburrida al escuchar el programa de viaje tan largo que debían recorrer.

—¿Nos uniremos a alguna caravana mercantil en Barcelona para viajar?— preguntó Anpiel.

—No, solo nos atrasarían— respondió Tania.

—Si somos atacados por bandidos, simplemente nos defenderemos; y si se nos acaban las provisiones, podremos cazar— prosiguió.

—¿Y qué hay sobre la frontera entre el Condado de Barcelona y el reino de los francos? ¿No son enemigos acaso?— preguntó Epona.

—Es necesario hacer un cruce por el pueblo de Andorra, funge como la puerta entre los reinos francos y de Barcelona, e incluso del Califato de Córdoba. Es cuestión de convencer a los guardias que somos peregrinos— dijo Tania.

—Creo que esas pintas de musulmana bereber que tienes, no te van a ayudar mucho— dijo Epona sarcásticamente.

—Sí, claro. En Barcelona me cambiaré y me quitaré estos tatuajes del rostro— dijo Tania tocándose la cara.

—Pero hay algo que acá me preocupa. Barcelona fue arrasada el año pasado; y según sé, aún no se ha recuperado. Más de la mitad de sus habitantes fueron ejecutados y esclavizados. ¿Podremos tomar un barco desde acá hasta Barcelona?— preguntó Ana.

—Increíblemente sí. Investigué ayer y me enteré de que recién Barcelona volvió a abrir sus puertos, pero de manera muy limitada—

—Aun así, debemos decir que somos mercaderes para no tener problemas con los soldados que se encuentran allá; por eso llevamos algunas provisiones especialmente de aquí, para ‘vender’— contestó Tania con una sonrisa.

—Bien, andando— dijo Ana

Saliendo de la casa de Tania, el equipo entero llegó hasta el puerto de Ibiza donde su barco salía en cuestión de minutos para llegar a Barcelona.

Barcelona - Novela Elyon

Después de un viaje de una hora, llegaron al puerto de Barcelona y no pudieron evitar notar que Tania lucía diferente. Se había quitado sus tatuajes del rostro y ahora portaba un vestido blanco muy precioso. Se había puesto una diadema en la cabeza y un cinto dorado en su vientre también. Rodrigo no pudo evitar observar que sus pechos se resaltaban bastante con ese conjunto.

—Es de mala educación ver a una mujer fijamente, Rui— le dijo Ana a Rodrigo mientras ésta le jalaba su oreja.

—Pero ¿no dijiste que esas son normas estúpidas humanas?— contestó Rodrigo todo adolorido.

—¡Son normas universales!— dijo furiosa Ana mientras no pudo evitar ver que Tania se estaba riendo.

Finalmente, el grupo bajó en el puerto de Barcelona; aquí, la temperatura era un poco más fresca que en Ibiza. El olor a mar salado se podía olfatear en el ambiente, además de que grandes cantidades de gaviotas volaban por los muelles.

El puerto estaba fuertemente protegido por varios soldados equipados con lanzas y cascos, aunque Rodrigo se dio cuenta que no eran profesionales, si no lucían más como gente del pueblo.

—¿Qué asuntos los trae a Barcelona?— preguntó en catalán uno de los soldados a Tania, quien era la que encabezaba al grupo.

—Hemos venido a vender un poco de marisco y oliva de Ibiza, fresco y de buena calidad, ¿gusta observar?— respondió Tania en catalán.

Rodrigo se sorprendió sobre cuántas lenguas esa chica podía hablar, además de hablar la lengua de los dioses, también hablaba gallego, árabe, catalán y esa lengua extraña que se hablaba en Ibiza; la cual, Ana le había dicho que era púnico.

El soldado revisó los sacos de comida que traía Tania y les autorizó el acceso a la ciudad. El grupo, encaminado por la diosa de cabellos de fuego, comenzó a dirigirse al centro de la ciudad de Barcelona.

Rodrigo había escuchado historias sobre lo maravillosa que era la ciudad de Barcelona desde hacía mucho tiempo, pero lo que vio solo era una ciudad destruida y parcialmente en ruinas, llena de pobreza y gente en la calle pidiendo dinero.

La ciudad había sido saqueada por Almanzor el año pasado y aún no se podía recuperar, ya que dicha ciudad había sido arrasada completamente y la mayoría de sus ciudadanos asesinados o esclavizados. Algunos sobrevivientes murieron de enfermedades causadas por cientos de cabezas decapitadas que al caudillo moro le gustaba arrojar a las ciudades para propagar infecciones y desanimar a los ciudadanos.

Rodrigo se sentía molesto sobre esta situación, pero había aprendido a aceptar más la cruel realidad del mundo que almacenar odio ante las cosas que sucedían a su alrededor. Era difícil, pero debía intentar hacerlo.

—Bien, compremos el resto de las provisiones, una pequeña caravana y algunos caballos— dijo Tania mirando hacia el mercado.

—Ahora necesitan de mi ayuda, ¿verdad? ¿No que ‘no usan caballos’? ¿eh?— dijo Epona burlándose de Ana mientras ésta prefería mejor ignorarla.

—Ahora por eso voy a hacer que tu caballo sea desobediente y salvaje— continuó la diosa de los equinos tratando de molestar a Ana.

—Bueno, si quieres que reportemos que la igigi que iba con nosotros solo nos atrasó en nuestra misión, adelante— dijo Ana sin ni siquiera voltear a ver a la diosa de los caballos, quién ya se había puesto colorada de la rabia.

—Si lo desean, quédense en esa taberna mientras yo compro todo lo necesario para el viaje— dijo Anpiel inclinándose ante Ana y Tania.

—Y yo voy por los caballos— dijo Epona quién parecía que eso le emocionaba porque se le había quitado el enojo.

Tania aceptó y los tres se dirigieron hacia una pequeña taberna, ésta se encontraba bastante descuidada y abandonada.

Había pocos comensales, y mucha de la gente afuera eran pordioseros y mendigos que pedían a los clientes comida. Dentro, había varios vendedores ambulantes e incluso prostitutas tratando de vender sus servicios. El ambiente se sentía pesado, aunque el aroma que provenía de la cocina era bastante exquisito.

—Rui— dijo Ana a Rodrigo, —cada vez que estés en una ciudad nueva, debes probar su especialidad. En esta taberna se hace una exquisita sopa llamada: ‘Escudella i carn d’olla’. Es una especie de sopa de carne de borrego con garbanzos, tubérculos y apio— continuó explicando la diosa pecosa. Rodrigo accedió y pidió para comer eso.

Ana, por su parte, pidió un plato de albóndigas y los tres se sentaron en una mesa y acompañaron sus alimentos con pan y cerveza. No había aún vino en Barcelona por la situación tan precaria en la que se encontraba la ciudad.

Un plato extra de habas llegó junto a Tania, y ésta, tomó el plato con algunas patatas y pan y se lo ofreció a una mujer que se encontraba con sus hijos pidiendo dinero. La señora sonrió y degustó el plato junto a sus pequeños.

Rodrigo se dio cuenta que a Tania le gustaba mucho ayudar a las personas. Era esa misma mirada que tenía cuando ayudó a la gente que iba a ser esclavizada en Coímbra.

—¿Has estado en Normandía antes?— le preguntó Rodrigo a Tania mientras ésta se volvía a sentar junto a la mesa.

—No— dijo tajantemente Tania. La sonrisa de la diosa se había borrado nuevamente para volver a estar en su modo serio y poco comunicativo.

—Pero ella conoció la gran ciudad de Roma— respondió Ana.

—¿En serio? ¿El legendario imperio romano?— preguntó Rodrigo interesado.

—Sí, pero eso fue hace mucho tiempo. No hice turismo en ella— continuó respondiendo Tania de una manera muy fría.

Rodrigo entendió que Tania no quería hablar sobre ello.

—Y tú, Ana ¿Conoces otros reinos además del de Irlanda?— preguntó Rodrigo a la diosa de cabellos oscuros.

—He estado en Londres y en York — respondió la diosa con una sonrisa.

—También estuve brevemente en París y en Toulouse, una de las ciudades hacia dónde vamos— dijo.

—¿Y cómo son?, cuéntame— preguntó Rodrigo sorprendido.

Ana empezó a platicarle sobre los castillos en Britania, sobre las tierras altas de Alba[1], sobre animales exóticos que había allá, de cómo sus bueyes que eran completamente peludos; y como los guerreros pictos, que antiguamente vivían ahí, se tatuaban y se pintaban de azul para pelear.

También habló de Londres, de cómo llovía todo el tiempo, sobre unos santuarios de piedra de manera circular dedicados a un dios muy antiguo que ni ella misma conoció.

—Epona en la actualidad vive ahí, posiblemente sepa más de ese lugar que yo— respondió Ana quien estaba muy emocionada platicando sobre estos temas con Rodrigo, mientras que él la escuchaba con entusiasmo.

Rodrigo y Ana seguían platicando muy animados, mientras que Tania empezaba a sentirse incómoda ahí.

—Creo que estos dos están congeniando bastante— pensó la diosa de cabellos de fuego.

Pasado la hora, Anpiel y Epona llegaron a la taberna.

—Bien, conseguí una pequeña caravana a un módico precio; se encuentra cerca de la puerta norte de la ciudad. Los caballos que Epona consiguió también se encuentran allá esperándonos— dijo Anpiel.

—¿Desean comer algo también?— les preguntó Tania.

—Gracias, mi señora Tania, pero comí en el camino— respondió Anpiel dando una muestra de reverencia.

—¡No hagas eso aquí, o creerán que soy una esclavista!— dijo toda apenada Tania.

—Y yo soy vegetariana, así que dudo que haya comida para mí en esta tabernucha— dijo Epona mientras veía con desprecio las instalaciones del lugar.

—Pasto hay mucho afuera— dijo Ana mientras que Anpiel se reía.

—Ja ja ja ja. Oh, ¡por El!, me estoy muriendo de la risa. Ja ja ja ja ja ja. ¡Qué ingeniosa! Casi me orino— respondió la diosa de los caballos de una manera sarcástica.

—¿Cuándo madurarán ustedes dos?— preguntó Tania mientras dejaba unas monedas en la mesa y se levantaba.

El grupo salió de la taberna y caminaron por las pobres calles de Barcelona llenas de mendigos y basura. Finalmente, llegaron a la puerta principal del norte de la ciudad.

En el exterior, había varias caravanas en donde mercaderes estaban armando su mercancía para vender en otras ciudades. Uno de ellos se encontraba con una caravana pequeña preparando los caballos. Al ver a Anpiel, el hombre le dio un saludo. Era la caravana que Anpiel había comprado.

—Está lista ya, señor— dijo el hombre mientras que Anpiel le daba una moneda y éste se despedía encomendándolos a Dios.

La caravana estaba lista, sujeta a dos caballos; uno marrón y el otro blanco. Dentro, había provisiones de pan, pescado, carne de borrego, queso y especias.

Anpiel se ofreció a conducir mientras las diosas descansaban en el vagón. Como Ana y Epona continuaban peleando, mientras que Tania no parecía muy interesada en platicar; Rodrigo se acercó a Anpiel para conversar con él.

—Esas chicas no lo dejan descansar, ¿señor Rodrigo, cierto?— preguntó el ángel.

—Sí, nunca creí que pudieran comportarse como adolescentes, para ser honesto, ¿señor Anpiel?— contestó Rodrigo mientras se acomodaba en el asiento de copiloto.

—Anpiel, mi señor. ¡A su servicio!— respondió el ángel.

—Oh, ya veo… y dígame Anpiel, ¿A qué se dedica usted, exactamente? Ana y Tania no me han explicado mucho sobre los ángeles— preguntó Rodrigo al malak que mantenía la vista en el camino.

—Claro que sí, señor Rodrigo— dijo el ángel.

—Los malakim, o ángeles como ustedes nos suelen llamar, somos los intermediarios entre Lel y los dioses establecidos en la tierra; podría decirse que somos sus supervisores. Calificamos el trabajo de los grigori, y dependiendo de esas notas, serán los privilegios que ellos podrán obtener— concluyó.

—¿Y es cierto que hay ángeles guerreros también?— preguntó nuevamente Rodrigo.

—Sí, mi señor. Cualquier malak puede dirigir ejércitos humanos o iniciar un conflicto bélico; aunque nuestro poder no se compara con el de los dioses, también somos capaces de usar elementos— respondió el ángel.

—¿Usted tiene algún elemento?— continuó preguntando Rodrigo.

—El viento, mi señor. Yo soy un malak capaz de comunicarse con las aves— respondió el ángel al mismo tiempo que levantaba su mano y varias golondrinas llegaban y se posaban junto de él.

—¿Y esa habilidad le resulta útil para luchar? He visto a esas chicas destruir montañas— preguntó intrigado Rodrigo.

—Todo depende de cómo se usen las habilidades, señor Rodrigo. En cualquier caso, no es tanto el poder emplear aves para luchar, si no lo que se puede hacer usando sus energías— contestó Anpiel.

Luego, el malak señaló dentro de la caravana a Epona.

—La chica de allá, Epona, es bastante fuerte a pesar de ser una diosa de los caballos. Al igual que yo, también puede emplear la energía de los equinos para sí misma. Me sería complicado explicárselo, pero supongo que pronto podrá ver el uso de nuestras habilidades— concluyó.

—Sí, la verdad no comprendo nada— dijo Rodrigo.

—Por otro lado, señor Rodrigo, no debe subestimarnos a los malakim— dijo el ángel.

—Ciertamente las dos diosas que lo acompañan son excepcionales, pero déjeme explicarle que han existido malakim que han superado por creces el poder de dioses como ellas; incluso casos de nefilim y simples humanos quienes han logrado ser amenazas a los dioses con solo entrenamiento y persistencia— continuó diciendo el ángel.

—Vaya, no sabía eso— contestó Rodrigo.

—Uno de los comandantes supremos del gran enemigo de nuestro rey, El, resultó ser un malak; y su poder era tan alto que ni siquiera los elohim eran capaz de derrotarle. Además de ser él quien dirigía a los tannin— siguió contando el malak.

—¿Tannin?— preguntó Rodrigo intrigado por esa palabra nueva.

—Dioses serpientes, señor Rodrigo. Dioses con habilidades serpentinas que pueden usar el elemento muerte a su antojo—

—Ellos fueron los grandes rivales de nuestro señor El y sus comandantes los elohim. Sin embargo, al ser derrotados, los tannin fueron desterrados de Lel y en su mayoría sellados en Sheol— respondió el ángel.

—¿Sheol?, disculpe, hay muchos términos que no conozco— reconoció Rodrigo.

—No tenga cuidado, mi señor. Sheol es lo que ustedes llaman infierno o abismo. Los dioses serpientes, el enemigo de El, y su comandante supremo fueron encerrados ahí. Estoy seguro de que ha de haber escuchado sobre él, del malak Helel—

—La verdad, no— respondió Rodrigo.

—Oh, es cierto. En este mundo es llamado comúnmente por su nombre en latín— dijo el ángel y por primera vez volteó a mirar a Rodrigo.

—Ustedes le llaman: ‘Lucifer’—


[1] Actual Escocia.

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